Artículo

Revista Estudios en Seguridad y Defensa 7(14): 5-14, 2012

Primacía de la fortaleza moral como elemento decisivo en la guerra moderna

MAYOR GENERAL JAIRO ALFONSO APONTE PRIETO*


* Magister en Relaciones Internacionales de la Pontificia Universidad Javeriana. Máster en Estrategia de Seguridad Nacional del National Defense University en Washington D. C. Correo: apontej@esdegue.mil.co


Recibido: 30 de septiembre de 2012
Evaluado: 1- 16 de noviembre de 2012
Fecha de aprobación: 27 de noviembre 2012


Tipología: Artículo de reflexión resultado de investigación


Palabras clave: Ejército, Moral, pensamiento estratégico moderno


El presente artículo busca evidenciar la importancia de la moral como un elemento constitutivo del pensamiento estratégico moderno. Más allá de los atributos de poder materiales, resulta imprescindible observar factores inmateriales que son esenciales en la correlación de fuerzas. En consecuencia, el presente texto aborda tres campos del conocimiento al respecto. En primer lugar, se presentan de forma sucinta los principales conceptos que dan cuenta de la moral como elemento inmaterial configurador de un poder particular. En segundo lugar, se identifican las capacidades materiales en consonancia con los cambios contemporáneos en la forma de conducir la guerra y los retos que dicho panorama supone. Finalmente, y con apoyo de ejemplos históricos, se observa la importancia de la fuerza moral como una capacidad en el entorno del Ejército. La conjugación de las tres partes, debe dar una idea clara acerca de la moral como un elemento decisivo en la guerra moderna.


Dentro de la evolución del pensamiento estratégico moderno se han alternado, con relativa frecuencia, dos perspectivas tendientes a explicar la relevancia de los factores cuantitativos y cualitativos en el desarrollo de la guerra. La primera, desarrollada por algunos teóricos europeos durante el siglo XIX, se propuso resaltar la importancia de los factores morales en el desarrollo de la guerra. En este campo se destacan los conceptos de Clausewitz desde una perspectiva estratégica, y Ardant du Picq desde el punto de vista táctico. El primero de ellos enfatizando que la teoría de la estrategia debe considerar a las fuerzas combatientes como su principal medio de ejecución destacando, además, la importancia de los elementos morales en la guerra al considerar que "ellos constituyen el espíritu que permea la guerra como un todo y en su primera etapa establecen una estrecha afinidad con la voluntad que mueve y lidera a la masa, prácticamente emergiendo con ella, debido a que la voluntad es en sí misma una cantidad moral"1. El segundo, basado en un profundo conocimiento de lo que él mismo denominó "el principal elemento de la confrontación bélica: el hombre y su estado de ánimo en el Instante definitivo del combate"2, desarrolló una teoría de la guerra basada en el análisis de grandes hechos bélicos partiendo desde el combate primitivo. En ella resalta la preponderancia de la moral del combatiente sobre los instrumentos materiales de que este dispone para la lucha.

De otro lado, se encuentran las teorías que destacan la primacía de los elementos materiales para asegurar la victoria, producto de los avances tecnológicos del siglo XX, las cuales dieron lugar a una carrera armamentista sin precedentes en la historia de la humanidad. Se destacan en este campo los teóricos del poder aéreo (Mitchell, Douhet y Seversky, entre otros) quienes enfatizaron la importancia de la superioridad aérea, junto con los bombardeos estratégicos y el apoyo aerotáctico para alcanzar la victoria militar. Estas teorías sirvieron de base para el desarrollo de la doctrina de la Guerra Relámpago atribuida a Guderian, quien combinó las maniobras de blindados con el apoyo de fuego aéreo y la combinación de las armas para asegurar una rápida victoria. De igual forma, los teóricos del poder naval que tienen en Mahan a su más grande exponente, y en cuyos planteamientos se basaron los Estados Unidos para desarrollar su gran potencial naval. Finalmente, los estrategas de la guerra nuclear para quienes, según afirma Freedman "ante la bomba atómica el resto de formas de poder militar se disiparían"3, argumentando también que "ni siquiera la sociedad más unida y fuerte moralmente podría soportar una guerra nuclear"4.

Como producto del convencimiento de la supremacía del poder material, la doctrina militar en la cultura occidental se desarrolló, a lo largo del siglo XX, de la mano de los avances tecnológicos en materia de armamento y comunicaciones. Por su parte, la doctrina militar soviética se basó, durante la época de la guerra fría, en el principio de la masa, representada en el número de tropas y de equipos. Sin embargo, una hojeada al desarrollo de los conflictos acaecidos a partir de la segunda mitad del siglo XX caracterizados, en su mayoría, por la asimetría en el empleo de medios materiales, producto de la disparidad de fuerzas en disputa, nos permite afirmar que, si bien, estos continúan ejerciendo una gran influencia en los resultados de las contiendas, es el factor moral "motor de los ejércitos" el que finalmente decidirá el curso de las próximas guerras.

Partiendo de la anterior afirmación, la cual se demostrará al detalle con base en las lecciones dejadas por los más recientes conflictos, el presente ensayo plantea la importancia de extender las enseñanzas y experiencias obtenidas en los niveles táctico y operacional al campo del planeamiento estratégico, específicamente en lo relacionado a la primacía de la fuerza moral sobre la material. Para ello, es fundamental recordar que así como se deciden, en el nivel táctico los combates y en el operativo las batallas, por la combinación de una serie de factores, entre los que se destaca la fuerza moral de los combatientes en los primeros y el espíritu de cuerpo de la unidades comprometidas en las segundas, en el nivel estratégico cobra vital importancia la fortaleza moral de los ejércitos para decidir el curso de la guerra. De allí la relevancia no solo de contemplar los elementos intangibles en el planeamiento y conducción de la guerra, sino de dar una mayor trascendencia a estos en el diseño de la estrategia.

Conceptos iniciales

El más reconocido teórico militar, Karl von Clausewitz, aborda el tema de la guerra definiéndola como "un acto de fuerza para obligar al enemigo a hacer nuestra voluntad"5, de donde se colige que la guerra es, ante todo, un "choque violento de voluntades". Partimos de este concepto para plantear la preponderancia del elemento moral "voluntad de lucha" sobre todos los otros elementos materiales (armas, equipos, tecnología, etc.) que, si bien, desempeñan un papel importante en el curso de la guerra, no son más que "herramientas" destinadas a incrementar la fortaleza moral de los ejércitos, lo cual se demuestra a continuación.

Un desglose de la definición referida, ampliamente aceptada y adoptada por la gran mayoría de estudiosos del tema, nos permite establecer dos aspectos fundamentales. En primer lugar, el fin último de la guerra, que no es otro que el de "imponer la propia voluntad sobre la del adversario", para lo cual se requiere previamente "quebrantar su voluntad". Es a este objetivo político, ampliamente citado por Clausewitz, al que se subordina el objetivo militar de derrotar las fuerzas enemigas. En segunda instancia, la naturaleza de la guerra, definida como un acto de fuerza, para lo que se hace imprescindible el concurso de los ejércitos (hombres y armas), constituyéndose en los medios empleados para alcanzar el fin último de la confrontación, por lo que siempre estarán supeditados a este. La forma en que se empleen los referidos medios determina el carácter y la conducción de la guerra, factores variables dependientes de la estrategia planteada por las partes en conflicto. El único elemento permanente es, entonces, el fin político de imponer la voluntad propia sobre la del adversario. Al respecto, en su conocida carta de respuesta a Einstein, al ser consultado por éste sobre qué hacer para evitar a los hombres el destino de la guerra, Freud afirma: "con la adopción de las armas, la superioridad intelectual ya comienza a ocupar la plaza de la fuerza muscular bruta, pero el objetivo final de la lucha sigue siendo el mismo: por el daño que se le infringe o por la aniquilación de sus fuerzas, una de las partes contendientes ha de ser obligada a abandonar sus pretensiones o su oposición"6. Las pretensiones u oposición a que se refiere Freud constituyen la voluntad de la parte derrotada en la contienda, lo cual ratifica una vez más la afirmación inicial del elemento moral como determinante de la guerra. De otra parte, el mismo Douhet, defensor de la supremacía del poder aéreo, reconoció en su teoría que "las fuerzas armadas no son más que elementos intermedios entre voluntades nacionales opuestas"7, concepto que confirma la imposición de la voluntad como fin último de la guerra y a las fuerzas armadas como un medio para lograrlo.

Dado entonces, que los ejércitos se constituyen en un medio para alcanzar el fin último de laguerra, se hace necesario ahora analizar su naturaleza. Al igual que los seres humanos, los ejércitos son entes animados integrados por dos dimensiones: una material conformada por elementos tangibles tales como los hombres, las armas, los equipos, etc., y otra subjetiva, conformada por elementos intangibles como la moral de sus hombres, el espíritu de cuerpo, la mística, la disciplina, etc. De allí que se hable de la fuerza material y la fuerza moral de los ejércitos. La primera de ellas no requiere de mayor profundización toda vez que valorarla se constituye en un ejercicio sencillo de matemáticas. La segunda, por el contrario, es mucho más compleja dada la dificultad de valorarla. Para el efecto, es conveniente recordar que el elemento moral tiene dos dimensiones: una moral que podríamos denominar "ética, determinada por una serie de principios y valores inculcados en las instituciones militares como producto de la propia cultura. Es ella la que determina el comportamiento general del ejército y de cada uno de sus hombres en particular. La otra dimensión es la moral de combate, la cual se basa en el convencimiento del combatiente y su fe por la defensa de una causa y se materializa en el valor individual y en el espíritu de cuerpo de las unidades. Ambas dimensiones se complementan haciendo los ejércitos más o menos fuertes moralmente para la guerra.

Ahora bien, la conjugación de la fuerza material con la fuerza moral es la que permite determinar la verdadera fortaleza de un ejército. El problema reside en la dificultad de ponderar cada una de ellas, de donde surgen dos posiciones basadas, en la mayoría de los casos, en la observación y análisis del desempeño de los ejércitos en su prueba final: la guerra. La primera de ellas da preeminencia a la fuerza material por la superioridad que los elementos tangibles dan a quien los posee sobre su adversario, por la influencia que ejercen sobre la moral de las tropas y por el efecto que éstos causan al ser aplicados sobre el adversario. En contraposición, la otra postura enfatiza la primacía de la fuerza moral basada en el concepto de que son los hombres los que luchan y no las armas. Un análisis más detallado de los argumentos expuestos a favor y en contra de una y otra permitirá determinar si realmente existe una fuerza determinante y en qué tipo o tipos de guerra ésta conservará su preeminencia.

La fuerza material: cuerpo del ejército

Constituida, como se dijo anteriormente, por todos aquellos elementos físicos susceptibles de ser valorados, incluye el número de tropas, el número de unidades y su organización, la cantidad y tipo de armas, la tecnología y el equipo de que dispone una fuerza. Clausewitz se refiere a estos elementos como "condiciones necesarias para la acción militar"8, concepto muy lógico si se tiene en cuenta la necesidad inicial de los hombres de sobreponer una mayor fuerza física propia para garantizar la derrota del adversario, lo que dio origen al desarrollo de las armas. Al respecto, Freud escribió: "Al principio, en la pequeña horda humana, la mayor fuerza muscular era la que decidía a quién debía pertenecer alguna cosa o la voluntad de quien debía llevarse a cabo. Al poco tiempo la fuerza muscular fue reforzada y sustituida por el empleo de herramientas: triunfó aquel que poseía las mejores armas o que sabía emplearlas con mayor habilidad"9.

Las anteriores consideraciones dieron origen a una serie de teorías dedicadas a enfatizar la importancia de los poderes materiales (terrestre, naval y aéreo) para decidir el curso de la guerra. Por razones lógicas, el primero de ellos, desarrollado desde la antigüedad, fue el poder terrestre, el cual sirvió de base para la formulación de las ideas iniciales sobre aplicación de la fuerza militar en la solución de conflictos entre las sociedades. Técnicas, tácticas y maniobras han sido, desde entonces, objeto de estudio por parte de los teóricos del arte y la ciencia militar. A su propósito han contribuido, en forma decisiva, los avances tecnológicos orientados a incrementar la superioridad material de las fuerzas en combate tales como la invención de las armas de fuego en el siglo XIII, el desarrollo de la artillería a partir del siglo XV, el invento de la ametralladora y el tanque a finales del siglo XIX, la invención de armas nucleares a mediados del siglo XX, entre otros tantos.

Quienes argumentan la supremacía del poder terrestre se basan en tres aspectos fundamentales. Primero, en la evidencia de que la gran mayoría de las guerras se han conducido sobre contextos geográficos terrestres y para obtener su control, por lo que la tierra se constituye en el principal objetivo militar y centro de gravedad política. Afirmación válida, especialmente en la cultura occidental, donde el dominio territorial ha sido decisivo para determinar la victoria. Segundo, que la guerra terrestre es la decisiva, mientras los otros tipos de guerra (aérea, marítima o espacial) se conducen con el propósito de apoyarla. Al respecto, afirma Gray: "La guerra terrestre moderna es la más decisiva, aun cuando la menos exclusiva, de todas las ramas del conflicto geográficamente enfocadas. Debido a que las contiendas en la historia estratégica moderna, con solo unas pocas y parciales excepciones, han sido territorialmente definidas, la victoria o derrota de las tropas en tierra equivalen a la victoria o derrota final en la guerra" l0. Posteriormente, afirma que si bien el dominio sobre el mar, el aire o el espacio pueden contribuir a ganar la guerra, es el dominio sobre la tierra el que representa la victoria final. De allí que concluye "Hay un obvio sentido operacional en el cual los beligerantes buscan ganar en el mar, en el aire, en el espacio, y ahora en el ciberespacio, con el fin de ganar en la tierra"11. En tercer lugar, se basan en que los seres humanos residen en la tierra y no en el aire, el mar o el ciberespacio, por lo que el dominio de la primera es decisivo toda vez que en ella se materializa el fin último de la guerra. Al efecto sostiene Gray que "aun si en una guerra prima el combate en el mar o en el aire, el objetivo final de ella es influir en el comportamiento de un enemigo que necesita ser controlado donde él vive: en la tierra"12.

Si bien, la historia de las guerras se ha encargado de demostrar la veracidad de los anteriores argumentos, no se puede olvidar la creciente importancia cobrada por los poderes naval, aéreo y espacial con el transcurrir del siglo XX. El primero de ellos, basado en experiencias históricas, considera que la clave por la que surgen o caen imperios se encuentra en el control del mar o en la falta de este, concepto tomado por Mahan para afirmar que "en el océano se decide el destino de las potencias mundiales". El ejemplo reciente más claro, tomado por Mahan, fue el poderío del Imperio Británico durante los siglos XVI al XIX desarrollado a partir del control de las rutas marítimas mediante una poderosa fuerza naval. Sus teorías sirvieron de modelo para la expansión norteamericana del siglo XX a través del establecimiento de posiciones ultramar, el desarrollo de un poderío naval sin precedentes y el consecuente control de las rutas marítimas que cambiaron el mapa geopolítico del mundo. De otra parte, el vertiginoso desarrollo del poder aéreo de los últimos cien años se basó en las ideas propuestas por Douhet. entre otros teóricos, quien pronosticó a principios del siglo XX que "en las próximas guerras el campo de acción decisivo será el campo aéreo"13 con lo que estaba seguro se alteraría definitivamente el carácter de la guerra. Esta idea inicial fue confirmada ampliamente con el empleo masivo de la aviación durante la segunda guerra mundial, a través de los bombardeos estratégicos contra poblaciones y centros industriales, también propuestos por Douhet. La creciente importancia del poder aéreo fue confirmada por el Almirante Arthur Radford presidente de los jefes del Estado Mayor Conjunto de los Estados Unidos, quien en 1954 manifestó "En la actualidad, el poder aéreo es el factor dominante en la guerra. Puede que no libre la guerra por sí solo, pero sin él ninguna guerra importante se puede librar"14. Con base en la experiencia obtenida en la segunda guerra mundial se intensificó, con éxito, el empleo del poder aéreo en las contiendas bélicas posteriores, como apoyo fundamental a la conducción de operaciones terrestres, llegando a su punto máximo en la operación Tormenta del Desierto durante la segunda guerra del Golfo Pérsico15.

De igual forma, la reciente transformación de las Fuerzas Militares de los Estados Unidos, basada en la aplicación de novedosas tecnologías, en el desarrollo de nuevos conceptos operacionales y en profundos cambios en la estructura organizacional, ha generado una verdadera revolución en asuntos militares, la cual enfatiza nuevamente la primacía de la fortaleza material de las fuerzas militares para obtener ventajas significativas frente a enemigos potenciales, esta vez a través de la conducción de operaciones conjuntas. De allí que el pensamiento estratégico moderno se oriente a una visión más general de la guerra, materializada por la doctrina de operaciones conjuntas, en las que el aporte de cada una de las fuerzas crea una especie de sinergia orientada a alcanzar el objetivo político.

La fuerza moral: alma del ejército

De los cinco tipos de elementos que inciden en la estrategia considerados por Clausewitz, el primero de ellos hace referencia al aspecto moral el cual "cubre todo aquello que es creado por cualidades e influencias intelectuales y psicológicas"6. El reconocido teórico resalta, además, los elementos morales como "los más importantes en la guerra" e incluye en ellos "la habilidad del comandante, la experiencia y coraje de las tropas y su espíritu patriótico"7. De igual forma, considera la otra dimensión moral de las tropas cuando se refiere a las "Virtudes Militares del Ejército", las cuales "no deben ser confundidas con simple coraje, y menos aun con el entusiasmo por una causa"18. Desde la antigüedad, la experiencia de las guerras ha demostrado que estas dos dimensiones en su conjunto constituyen el aliento que impulsa a las tropas en combate.

Fue por ello que los griegos en primer lugar y posteriormente los romanos, profundos conocedores de la naturaleza humana, se preocuparon por infundir en sus hombres grandes virtudes como el sentido del deber, la lealtad y el valor, orientadas a fortalecerlos moralmente para el combate. De allí nacieron conceptos como la disciplina, el espíritu de cuerpo y la cohesión entre otros, tan importantes para mantener la moral de los hombres y de los ejércitos que éstos conforman. Como resultado del fortalecimiento moral de las tropas, soportado en la naturaleza del ser humano, el espíritu de combate y la fe en una causa llegaron a convertirse en los principales motivadores de los ejércitos en guerra y, en muchos casos, en la fuerza decisiva. Muchos ejemplos históricos demuestran la preponderancia de la fuerza moral, aún sobre los avances tecnológicos. Tal como lo refiere Michael Howard "La verdadera lección de la guerra Ruso-Japonesa fue que el elemento verdaderamente importante en la guerra moderna no era la tecnología sino la moral; pero no solo la moral del ejercito sino la de la toda nación"19.

El posterior desarrollo de las maniobras en el campo de batalla, orientadas a evitar el combate frontal característico de los primeros tiempos, además de la acción material causada sobre el adversario tuvo una gran implicación desde el punto de vista moral. Con ellas se logró perpetuar la aplicación del primer principio de la guerra: la sorpresa, destinada a influir sobre la moral del oponente, mientras se fortalece la propia. De igual forma, lo hicieron los elementos defensivos, diseñados inicialmente para proteger la humanidad de los combatientes (escudos, cascos, mallas y, recientemente, sistemas de blindaje) con lo que se obtuvo un resultado moral (generar un sentimiento de seguridad), y la aplicación de un nuevo principio de la guerra: la seguridad. Asimismo, el desarrollo de las armas de fuego, además de su acción destructora ha traído consigo, a través de los tiempos, efectos morales de seguridad en quien las posee y de incertidumbre en su adversario. A mayor efecto devastador de las armas, mayor confianza en quien las posee y mayor temor en su adversario, ha sido la constante. En ello se fundamenta la estrategia de la disuasión sobre la que se soportan las relaciones de poder en el sistema internacional. Todo lo anterior demuestra que los elementos materiales en la guerra deben ser puestos a disposición de los ejércitos para fortalecer moralmente a sus hombres.

De otra parte, el análisis de las exitosas guerras de liberación nacional de mediados del siglo XX nos muestra como su principal lección, que naciones con muy escasos recursos materiales podían derrotar a las potencias colonizadoras que disponían de mayores recursos bélicos y la última tecnología militar. Las experiencias de Francia y los Estados Unidos en Indochina son tal vez los casos más documentados que demuestran cómo, ejércitos irregulares con limitados recursos, a través de la conducción de una guerra de guerrillas en la cual la voluntad popular soportada en una profunda fuerza moral (fe en la causa y voluntad de lucha), lograron sobreponerse a una gran diferencia de poder relativo de combate desde el punto de vista material. Basta leer la definición de guerra de guerrillas dada por el gran conductor de las tropas del Viet Minh durante la primera guerra de Indochina, general Vo Nguyen Ciáp, quien afirma "La guerra de guerrillas es la forma de combate de las masas de un país débil y mal equipado contra un ejército agresivo dotado de mejor equipo y técnicas. Esta es la forma de conducir una revolución. Las guerrillas confían en su espíritu heroico para triunfar sobre armas modernas, evitando al enemigo cuando éste es más fuerte y atacándolo cuando se encuentra más débil20." Se ha resaltado el "espíritu heroico" para mostrar la importancia que cobra la fortaleza moral, teniendo en cuenta que la guerra de guerrillas fue la constante durante el periodo de la Guerra Fría y se avizora como la forma de conducción característica de las próximas guerras (guerras de cuarta generación o asimétricas). Así lo demuestran los más recientes conflictos21 y las limitaciones del poder militar, características de la guerra contra el terrorismo. Al respecto, Howard y Sawyer afirman: "En la guerra convencional, los ejércitos toman y mantienen el terreno, las fuerzas aéreas conducen bombardeos estratégicos y comprometen al enemigo y las navales apoyan las tropas terrestres conduciendo ataques fuera de las playas y cortando las líneas de suministro. Este método de operación es la forma occidental de hacer la guerra. Las nuevas formas de terrorismo, sin embargo, tendrán que enfrentar fuerzas irregulares que practican tácticas de guerrilla, infunden pánico, y golpean asimétricamente cuando, donde y como ellas quieran"22.

Interdependencia y asimetría

Una vez vista la importancia de la fuerza material y moral de los ejércitos en la conducción de la guerra, es conveniente aclarar que las dos constituyen un solo cuerpo, por lo que se vuelven inseparables. No se puede ganar una guerra solamente con la voluntad si no se tienen los medios mínimos para hacerlo, como tampoco se han ganado guerras con suficientes medios materiales pero sin contar con la voluntad expresa de los combatientes. Según Clausewitz "La actividad militar nunca es dirigida solamente contra la fuerza material; esta se orienta también hacia las fuerzas morales las cuales le dan vida, y las dos no se pueden separar"23.

Sin embargo, las más recientes experiencias bélicas, el giro reciente de la naturaleza de laguerra orientada al terrorismo y las tendencias asimétricas de la misma, muestran un resurgimiento de la fuerza moral como factor preponderante en la lucha armada. Prueba de ello lo constituye el primer conflicto armado del siglo XXI, conducido en Afganistán en el marco de la Guerra contra el Terrorismo Internacional emprendida por los Estados Unidos a raíz de los atentados del 11 de septiembre, y el postconflicto iraquí las cuales han mostrado nuevas connotaciones, especialmente porque rescatan la preeminencia de la voluntad de lucha en las fuerzas insurgentes, propia de las guerras asimétricas. Lo anterior no quiere decir que el componente moral sea el único decisivo, pero sí que se deben orientar los esfuerzos para fortalecerlo en aras de preparar adecuadamente tanto los ejércitos regulares como la población que los apoya para afrontar con éxito las próximas guerras.

Conclusión

En primer lugar, se ha demostrado ampliamente que en la guerra, la destrucción física del adversario se constituye simplemente en un medio para lograr su rendición, la cual materializa el fin último de la contienda, que no es otro que el de doblegar su voluntad de lucha para imponer la propia. Tal como lo determina el Manual de Campaña del Ejército de los Estados Unidos "El máximo propósito militar de la guerra es la destrucción de la habilidad del enemigo para combatir y de su voluntad de hacerlo"24. El mismo Douhet reconoció en su teoría que el fin último de la guerra no es la destrucción física de las fuerzas armadas enemigas, sino su voluntad de lucha, al afirmar que "Es claro que para ganar uno debe agotar la resistencia enemiga antes que la propia se haya ido y que los líderes militares se dan cuenta que es la alta moral de la población la que da fortaleza a las fuerzas armadas, por lo que ellos recomiendan a sus gobiernos construirla tanto como sea posible"25 .

Para obtener esta capitulación moral se requiere el concurso de dos elementos fundamentales en la constitución de los ejércitos: la fuerza material como cuerpo de los mismos y la fuerza moral como espíritu que los anima. Cada uno de ellos incidirá en el resultado final, en mayor o menor medida, dependiendo de la naturaleza de la guerra que se libre, la naturaleza de sus actores y su grado de preparación. Sin embargo, cabe recordar nuevamente las palabras de Du Picq: "En la batalla se enfrentan básicamente dos actividades morales en vez de materiales, y la más fuerte será la que venza"26, con lo cual se corrobora en primer lugar, que el fin último de la guerra es moral, y en segunda instancia, la definición inicial de Clausewitz al afirmar que la guerra es, ante todo, un choque de voluntades.

En segunda instancia, queda claro que si bien a través de los tiempos los avances tecnológicos han producido un profundo impacto en la guerra, llegando a determinar su carácter y conducción, es el hombre quien finalmente decide el curso que ésta ha de seguir. Es el hombre quien combate y no las armas, por lo que la guerra se convierte en un asunto de mentes y corazones, donde priman la inteligencia, la habilidad y el coraje sobre la tecnología, las armas y los equipos, diseñados con el propósito de fortalecer el componente moral. Al efecto, en mensaje al Congreso de los Estados Unidos, el presidente Theodore Roosevelt afirmó "buenos barcos y buenas armas de fuego son simplemente buenas armas, y las mejores armas son inútiles a menos que se encuentren en las manos de hombres que sepan cómo pelear con ellas"27.

Tercero, las anteriores afirmaciones cobran mayor importancia hoy, cuando la naturaleza de la guerra ha dado un nuevo giro hacia el combate asimétrico en el que fuerzas irregulares, con motivaciones ideológicas de diverso orden (religiosas, políticas, etno-nacionalistas, etc.) y basadas en la sólida voluntad de lucha de sus integrantes, buscan imponer su voluntad a través de métodos violentos. En este tipo de conflictos, ante la ausencia de medios materiales, la fuerza moral cobra mayor importancia. Los ataques terroristas del 11 de septiembre, por ejemplo, además del empleo sin precedentes de "armas no convencionales" tuvieron una fuerte connotación moral a la vez que simbólica. Suicidas plenamente convencidos de su causa, que conducen ataques ya no hacia objetivos militares, sino hacia objetivos simbólicos de la gran potencia, con lo cual pretendieron no solo castigarla materialmente sino enviarle un mensaje de terror a su población y otro al mundo demostrando su vulnerabilidad. La ganancia, entonces, desde el punto de vista moral fue doble.

Cuarto, así como la fuerza moral de los combatientes ha sido fundamental en el planeamiento y conducción de las guerras insurgentes al punto que hace parte central de su doctrina28, debe serlo en la formulación de estrategias contrainsurgentes conducidas por los estados.

Nada más contundente para concluir que la afirmación del General George S. Patton Jr.: "Las guerras pueden ser peleadas por armas, pero ellas son ganadas solamente por los hombres".

A manera de recomendación

Tomando como base la naturaleza de los conflictos actuales (en su mayoría internos) y la creciente amenaza del terrorismo, es conveniente recordar tres aspectos fundamentales con miras a formular estrategias adecuadas para enfrentar las nuevas amenazas. En primer lugar, se enfrenta cada vez y con mayor frecuencia, a un enemigo "invisible" para quien la preparación ideológica y fortaleza moral son fundamentales. Es el caso de las redes terroristas con motivaciones políticas, religiosas, étnicas o nacionalistas. Segundo, no se puede diferenciar fácilmente a los combatientes de quienes no lo son, por lo que los primeros se camuflan fácilmente entre la población dificultando la acción de las tropas, normalmente preparadas para enfrentar fuerzas convencionales. Este aspecto genera serios problemas en cuanto a la proporcionalidad de la respuesta y a los daños colaterales surgidos de esta, que deslegitiman la acción militar. Tercero, se trata de guerras más de mentes y corazones que de tecnología y armamentos, por lo que se hace imprescindible el apoyo no solo político sino moral de la población, que en últimas es el que legitima la acción militar.

Lo anterior nos permite deducir que en la formulación de estrategias para enfrentar las guerras presentes y futuras, contraterroristas o contrarrevolucionarias según el caso, el componente moral deberá ocupar un lugar mucho más preponderante. Se trata, entonces, de formular estrategias centradas en la fuerza moral teniendo la fuerza material como su soporte. De allí la importancia de extender las enseñanzas y experiencias obtenidas en los niveles táctico y operacional, donde la fuerza moral de los combatientes individuales y el espíritu de cuerpo de las unidades en combate han sido decisivas para la victoria, al campo del planeamiento estratégico, específicamente en lo relacionado a la primacía de la fuerza moral sobre la material.


1 CLAUSEWITZ, Carl Von. "On War".Princeton University Press. Princeton, New Jersey. 1984. Book Three On Strategy in General, Chapter One.
2 DU PICQ, Ardant. "Estudios sobre el combate"
3 FREEDMAN, Lawrence. "The first Two Generations of Nuclear Strategists". In Makers of Modern Strategy, from Machiavelli to the Nuclear Age. Edited by Peter Paret. Princeton University Press, Princeton, New Jersey. 1986.
4 Ibid.
5 Op. Clt. Book One. On the Nature of War. Chapter One. Pp.75.
6 FREUD. Sigmund. 'El por qué de la Guerra". Carta de respuesta enviada a Einstein en septiembre de 1932 para dar respuesta a la pregunta ¿Qué podría hacerse para evitar a los hombres el destino de la guerra?. Tomado del "Index du séminaire de Jacques Tacan", versión basada en la traducción de Luís López-Ballesteros y de Torres.
7 DOUHET, Guílio. "The Command of the Air" Translated by Dino Ferrari. New Imprint by Air Force history and Museums Program. Washington, D.C. 1998. R279.
8 Op. Cit. Book Five "Military Forces", p. 279
9 Op. Cit.
10 GRAY, Colin S. "Modern Strategy". Oxford University Press. Osford, NY. 1999.
11 Ibid. P.214.
12 Ibid. P.213.
13 DOUHET. Guillo. "The Command of the Air" Translated by Dino Ferrari. New Imprint by Air Force history and Museums Program. Washington. D.C. 1998.
14 Fuente www.airpower.au.af.mil Consulta 15 mayo de 2007
15 La mayor parte de la literatura sostiene que la primera fue la guerra entre Irán e Irak de 1980 a 1988
16 Op. Clt. Book Three "On Strategy In General" Chapter Two "Elements of Strategy", p. 183.
17 Ibid, p.184-186.
18 Ibid, p.187-189.
19 HORWARD. Michael. "Men against fire: the doctrine of the offensive in 1914". In Makers of Modern Strategy, from Machiavelli to the nuclear age. Princeton University Press. Princeton. New Jersey. 1986.
20 Citado por Robert TABER en "War of the Flea. The classic study of Guerrilla Warfare". Brassey's Inc. Dulles, Virginia 2002. R58.
21 Una Mirada a los conflictos de la post Guerra fría caracterizados, en su mayoría, por su naturaleza étnica, nacionalista o religiosa, muestra la emergencia de nuevos métodos irregulares de conducir la guerra y la aparición de "otras armas de guerra" orientadas a destruir la voluntad de lucha del adversario más que a sus fuerzas materiales. Una amplia explicación se encuentra en APONTE, Jaira. "Los conflictos étnicos. El despertar de una vieja pesadilla". Ediciones Ecoe. Bogotá. 1998.
22 HOWARD. Russel D. y SAWYER, Reid L. "Terrorism and Counterterrorism. Understanding the new security environment". McGraw-Hill/Dushkin. Connecticut. USA. 2004. P.482.
23 Op. Cit. P.137.
24 Department of Defense. US Army. FM 100-5.
25 Op. Cit. Chapter IV "The Aerial Field as the Decisive Field", p.280.
26 26 Citado por Michael Horward en "Men against Fire: The Doctrine f the Offensive in 1914". Makers of Modern Strategy. Princeton University Press. 1986. P.515.
27 Citado en el Manual de Campaña del Ejercito de los Estados Unidos FM-1. P.28.
28 Tanto la estrategia de "Guerra Popular Prolongada", estructurada por Mao. como la "Teoría del Foqulsmo" Ideada por el Che Guevara y la de "Guerra Urbana" de Marlghella. resaltan la Importancia del apoyo popular para garantizar el éxito de la revolución. Esta estrategia es también conocida como la lucha por ganar la mente y el corazón de la población.



Bibliografía

1. APONTE, Jaira. "Los conflictos étnicos, el despertar de una vieja pesadilla". Ediciones Ecoe. Bogotá. 1998.

2. CLAUSEWITZ, Carl Von. "On War".Princeton University Press. Princeton, New Jersey. 1984. Book Three On Strategy in General, Chapter One.

3. DOUHET, Guilio. "The Command of the Air" Translated by Dino Ferrari. New Imprint by Air Force history and Museums Program. Washington, D.C. 1998. P.279.

4. DU PICQ, Ardant. "Estudios sobre el combate".

5. FREEDMAN, Lawrence. "The first Two Generations of Nuclear Strategists". In Makers of Modern Strategy, from Machiavelli to the Nuclear Age. Edited by Peter Paret. Princeton University Press, Princeton, New Jersey. 1986.

6. FREUD, Sigmund. 'El por qué de la Guerra". Carta de respuesta enviada a Einstein en septiembre de 1932 para dar respuesta a la pregunta ¿Qué podría hacerse para evitar a los hombres el destino de la guerra?. Tomado del "Index du séminaire de Jacques Lacan", version basada en la traducción de Luís López-Ballesteros y de Torres

7. GRAY, Colin S. "Modem Strategy". Oxford University Press. Oxford, NY. 1999.

8. HORWARD, Michael. "Men against fire: the doctrine of the offensive in 1914". In Makers of Modern Strategy, from Machiavelli to the nuclear age. Princeton University Press, Princeton, New Jersey. 1986.

9. HOWARD, Russel D. y SAWYER, Reid L. "Terrorism and Counterterrorism. Understanding the new security environment". McGraw-Hill/Dushkin. Connecticut. USA, 2004.

10. TABER, Robert "War of the Flea. The classic study of Guerrilla Warfare". Brassey's Inc. Dulles. Virginia 2002.

11. Department of Defense. US Army. FM 100-1.

12. Department of Defense. US Army. FM 100-5.