Estudios en Seguridad y Defensa, 17(34), 307-333

https://doi.org/10.25062/1900-8325.312

El soldado caído como ícono: una mirada desde los monumentos a la memoria histórica y el reconocimiento de la labor militar en Europa

The Fallen Soldier as an Icon: A Look from the Monuments to Historical Memory and Recognition of Military Work in Europe

Juan Fernando Gil Osorio ORCID logo

Escuela Militar de Cadetes “General José María Córdova”, Colombia

Luis Fernando Ortega Guzmán ORCID logo

Escuela Militar de Cadetes “General José María Córdova”, Colombia

Artículo de reflexión

Recibido: 14 de septiembre de 2021 • Aceptado: 26 de octubre de 2022

Contacto: Juan Fernando Gil Osorio juan.gil@esmic.edu.co


Resumen

En este documento se analizará los procesos de memoria histórica que reconocen como víctimas a los soldados caídos en los conflictos más determinantes del continente europeo, y su importancia al ser de carácter trasnacional, así como los procesos de reconocimiento a los soldados caídos que se traducen en monumentos y representaciones simbólicas. A partir de esta revisión se pretende establecer referentes que permitan comprender la importancia de la memoria simbólica para la construcción de procesos sociales que permitan humanizar a los soldados muertos en combate.

Palabras Clave: historia, memoria, monumento, víctima, soldado, símbolo


Abstract

This document will analyze the processes of historical memory that recognize fallen soldiers as victims in the most decisive conflicts on the European continent and their importance as they are transnational, as well as the processes of recognition of fallen soldiers that translate into monuments. and symbolic representations, from this review it is intended to establish references that allow us to understand the importance of symbolic memory for the construction of social processes that allow humanizing soldiers killed in combat.

Key words: History, Memory, Monument, Victim, Soldier, Symbol


Introducción

Las condiciones geopolíticas, la soberanía territorial, el surgimiento de Estados o la caída de imperios y la defensa de un territorio son componentes de gran importancia para la gobernabilidad de un Estado, a partir de la labor realizada por parte de los ejércitos, lo cual determina en el panorama mundial la importancia de la acción y de la fuerza militar a lo largo de la historia moderna.

Hablar de las Fuerzas Militares (FF. MM.) en la historia humana, es esencial a la hora de comprender cómo se han configurado los conceptos de soberanía, de nación y de Estado como hoy los conocemos. Es así como la historia militar resulta, entonces, un punto de partida ineludible para dimensionar la manera como los conflictos armados y las estrategias militares resultan en hechos que reconfiguran las sociedades y las comunidades.

La preconcepción de las FF. MM. ha creado un espectro de análisis reduccionista, en el que los ejércitos son comúnmente estudiados en virtud de su propia dependencia, respecto a los mandatarios en la administración de los Estados; es decir, se los comprende bajo la bandera de las consignas de sus gobiernos, y no como una institución que proviene de un fenómeno histórico con antecedentes en la prehistoria. Habrá que partir, pues, de una idea clave: ni el ejercicio de gobierno es el único derrotero de la labor militar, ni su existencia como institución militar está supeditada a las políticas de seguridad; los ejércitos no son solo una herramienta amplificadora del gobierno de turno. Comprender la institucionalidad que reviste a las FF. MM, permite establecer el funcionamiento de estas como un sistema, y no tan solo como un elemento más en el poder del Estado; una institucionalidad que, dicho sea de paso, dota a los ejércitos de una complejidad particular a partir del desarrollo de doctrinas y de principios propios que persisten más allá de las estrategias de seguridad gubernamentales.

La falta de criterios comunes para la construcción de una historia militar mundial, como un campo de estudio dentro de la disciplina de la labor de compilación histórica, ha dificultado la comprensión dialéctica de las FF. MM, al igual que a los ejércitos y los soldados, como categorías dentro de estas.

La historia militar, como una labor de compilación de los conflictos armados y los enfrentamientos desde la óptica de la estrategia y la necesidad humana de la seguridad, permite comprender también cómo los enfrentamientos bélicos atraviesan el grueso social, así como sus implicaciones específicas para cada uno de los contextos territoriales, lo que brinda una mirada global a los sucesos; no obstante, dichos aportes a la historia que se construyen desde las FF. MM como figura institucional en los Estados, parecen obviarse en los procesos de memoria colectiva mundial.

En este sentido, tenemos una historia que responde a los hechos narrando cada suceso que cambia las dinámicas macrosociales en los países, pero no da explicación a las dinámicas institucionales que se establecen en función de esos hechos, e ignora así el rol determinante de las FF. MM. en los paradigmas políticos, y que va desde un impacto sobre los procesos institucionales nacionales hasta la participación en escenarios de consensos transnacionales frente a los conflictos.

No obstante, la historia en sí misma se ha establecido a partir del consenso académico sobre la valoración de los sucesos humanos, lo que permite valorar el discurso histórico como una herramienta para la construcción de los imaginarios sociales (Hallett Carr, 1961). Por todo esto, la construcción de referentes a partir de la historia militar, mundial resulta esencial a la hora de estudiar la configuración geopolítica de los humanos, en relación con el tiempo y construir imaginarios macrosociales que lleven a comprender cómo cada suceso histórico lleva tras de sí, una serie de disposiciones estratégicas que se desprenden de la necesidad humana de sistemas de seguridad (Anderson, 2005).

La historia militar es determinada por la metodología que se emplea al compilar y establecer relatos sobre la táctica, la evolución y la construcción de las estructuras castrenses, y que son a menudo estudiados, desde la mirada ajena de los historiadores académicos o desde las visiones circunscritas a las instituciones militares, y no desde las experiencias propias de miembros de la institución. Sobre esto, Michael Howard, destacado historiador militar inglés, advirtió que la labor del historiador militar se halla constantemente en la encrucijada con tal de no hacer de esta disciplina, un mero instrumento del militarismo, lo que implica un balance entre la compilación académica crítica y un ejercicio para replicar algunas de las visiones de miembros de los ejércitos (Viñas & Puell, 2015).

Es aquí donde a la noción básica de historia, desde la curaduría de los sucesos históricos, se le suman dos dimensiones importantes. Como primera medida, es necesario señalar que siempre que hablamos en presente de historia en presente lo hacemos desde una labor relacional o causal, que establece la necesidad de explicar la forma como un hecho pasado impactó la construcción de mundo que hoy entendemos. Por ejemplo, durante el siglo XIX, Europa, en pleno auge de las revoluciones burguesas y en medio del surgimiento de los nacionalismos, experimentó una serie de conflictos bélicos que acabaron definiendo la soberanía y las identidades de los Estados. Ello implicó, y así lo advirtió Howard, un recuento de la realidad sentida, pero reconstruida desde las ideas expansionistas. Nuestras nociones de Estados se desprenden, de manera indirecta o directa, de tales hechos.

A este proceso relacional, causal y analítico de la realidad actual desde la lectura de los hechos históricos se lo denomina historicismo, lo que, en últimas, es un ejercicio de articulación histórica con la realidad política actual, tal como lo planteaba Benedetto Croce (citado por Gramsci & Flambaun, 1971). Sin embargo, pese a la herramienta dialéctica que brinda el historicismo desde esta óptica relacional, se sigue obviando a los individuos dentro de la historia y minimizando labores —como en este caso, la de la institución militar—, y ello se traduce en la necesidad de un proceso de humanización del ejercicio de la historia. Desde esta óptica historicista, surge la memoria histórica como un reconocimiento, una valoración al esfuerzo de los seres humanos y sus condiciones dentro de los hechos históricos (Halbwachs & Díaz, 1995).

En esta tensión al construir la historia militar, la humanización de la historia es una labor difícil. El historiador militar Michael Roberts, evidencia en su trabajo una reconstrucción de las acciones de las instituciones castrenses a partir de un análisis evolutivo de las armas y las estrategias, así como el expansionismo de los ejércitos en Europa (Espino, 1993). Es posible evidenciar que la historia militar tiene una deuda con la construcción de memoria histórica para humanizar la imagen castrense. El reconocimiento de los soldados caídos como víctimas, complejiza el análisis de los ejércitos y constituye marcadores de contexto a partir de procesos de dignificación.

El marco jurídico que delimita el concepto de víctima se ha ido conformando poco a poco tanto en el marco internacional, como en el nacional, buscando siempre que en todo momento, se reconozcan las calidades que le correspondan. (Ortega Guzmán & Gil Osorio, 2022, p. 4)

La construcción de memoria histórica y el historicismo requieren herramientas que vayan más allá de la labor compilatoria y académica. Por eso, los monumentos fungen como símbolo público de memoria y son esenciales para el reconocimiento, por parte de las sociedades, de los hechos históricos y sus implicaciones sociales. Sin embargo, no puede pensarse la estructura de la institución castrense sin poner la mira en el continente europeo, en el entendido de que los ejércitos, como una organización armada al servicio de un Estado o de la estructura de gobierno, aparecieron en el territorio latinoamericano en función de la instalación del virreinato español (McFarlane, 2008).

Dar una lectura a la historia militar desde las perspectivas de memoria requiere observar la génesis de los ejércitos y el lugar donde más confortamientos militares están documentados. Europa representa no solo un avance más grueso en los procesos de historicismo militar, sino que cuenta con procesos de memoria con antecedentes importantes al situarse en el territorio grandes conflictos de la talla de la primera y Segunda Guerra Mundial.

La memoria como herramienta histórica no solo permite situar los hechos y los actores en determinados sucesos, sino que, a partir de un revisionismo desde lo fe-nomenológico, permite establecer la afectación de los sujetos en esos hechos, y así permite reconocer a las víctimas y establecer las medidas de reparación correspondientes. A los militares, como agentes activos en los conflictos armados, se tiende a leerlos en la historia en virtud de la institución, y no como individuos susceptibles al daño y merecedores de protección, lo que niega dimensiones de los derechos humanos DD. HH de los miembros de las FF. MM. (Cubides et al., 2018).

Los procesos de memoria histórica pueden representar un reconocimiento de las víctimas militares y, por tanto, sentar precedentes para la construcción de una memoria colectiva de los conflictos que dignifique el rol militar. De la misma forma como se observa al rol militar como un valor abstracto y general, debe comprenderse que hay daños dentro de los conflictos que implican al conglomerado de sujetos que encarnan ese rol militar y, en este sentido, requieren un lugar de enunciación histórica que permita comprender la dimensión humana de quienes llevan la bandera de las instituciones castrenses.

A lo largo de la historia, las FF. MM. se han construido desde una identidad con los símbolos, como una forma de materializar los principios qué transversalizan la labor militar, así como las formas de identidad con la patria y las construcciones en torno al sentido de pertenencia. Ello implica —ante el presente análisis— que para la institucio-nalidad los símbolos sean un mecanismo autorreconocimiento y pertenencia con el contexto; de ahí la importancia del monumento.

El monumento aparece, entonces, como una herramienta de memoria histórica; permite que los procesos de dignificación no sean tan solo individuales (como sucedía con los bustos de los grandes comandantes y los jefes de misiones en las labores de la conquista española, por ejemplo), sino que tengan un impacto colectivo que permita el reconocimiento de las poblaciones víctimas y su reparación, lo que para la historia militar representa garantías de memoria histórica.

Este documento evaluará el proceso de construcción de una memoria histórica a partir del reconocimiento humanizado de los soldados caídos, a partir de los monumentos y el aporte a la historia militar resultante de incluir la memoria a este ejercicio. Con tal fin, la presente investigación parte de observar el reconocimiento a militares víctimas en Europa, donde se sitúan los grandes conflictos del mundo moderno, con una gran participación de los diversos ejércitos en los conflictos trasnacionales. Si bien la labor militar de los ejércitos latinoamericanos ha sido también determinante en la historia, la multiplicidad de actores no estatales en los conflictos en Latinoamérica y las condiciones que sitúan las guerras dentro del contexto nacional hacen que los procesos historicistas de la labor militar sean distintos, mientras que los conflictos de Europa, al ser trasnacionales, implican dos o más gobiernos, y sus ejércitos suelen estar motivados por razones nacionalistas que favorecen en los discursos históricos, un ejercicio de memoria que resalte la labor militar.

Esta investigación busca responder si son los monumentos a los soldados caídos un proceso de memoria histórica colectiva en la historia militar. Para ello, partirá del método documental dentro de la epistemología de las ciencias militares, y que abarca los campos cuantitativo y cualitativo. En este desarrollo se recolectará, se organizará y se analizará la información (tanto histórica, como social) que desarrolle el fenómeno de la memoria y la historia militar, dentro del análisis a los monumentos (Cervantes, 2017).

La revisión documental aporta una lectura de marcadores históricos. La observación de la teoría es desarrollada en torno a la historia y la memoria, de la misma forma como se observan las condiciones de los soldados y al desarrollo de las FF. MM., lo que permite crear un campo relacional donde pueda comprenderse la dinámica que envuelve la memoria militar y la importancia de los símbolos (en este caso, monumentos) a la hora de brindar herramientas para la memoria colectiva y en el reconocimiento de militares en el devenir histórico.

A lo largo de esta investigación se abordarán los procesos de reconocimiento de los militares, partiendo de las divergencias que se establecen frente a la memoria en países de Europa, a fin de crear una visión fenomenológica de los momentos, para comprender que estos son expresiones colectivas de memoria. Entendiendo los procesos de reconocimiento y dignificación que trae consigo la memoria histórica, esta investigación iniciará a partir de la observación de los militares en el continente europeo. Buscando establecer una visión de cómo ha sido el reconocimiento a estos dentro de la historia, se establecerá la necesidad de reconocer a los miembros de las FF. MM. como víctimas dentro de un proceso de memoria histórica.

Asimismo, se analizará cuáles son las implicaciones sociales de los monumentos elevados a las víctimas en Europa, comprendiendo que ha habido otros ejercicios de memoria histórica, para contrastarlos con las formas de tratamiento de memoria histórica a las FF. MM., lo cual se entenderá en el apartado tercero, donde se comprenderán de manera crítica las implicaciones de los monumentos a los soldados caídos elevados, para, finalmente, evaluar una tipología de estos monumentos como una herramienta material de la memoria histórica.

El militar en la historia de Europa: la necesidad de un reconocimiento humanizado

El continente europeo ha presenciado desde la Edad Media guerras expansionistas, territoriales, e incluso, continentales, que han establecido una lectura normalizada de las guerras en la historia que legitima los conflictos y romantiza las acciones bélicas. Esta normalización crea un imaginario deshumanizante sobre la guerra y los soldados.

Por un lado, se plantea a los conflictos como un escenario inevitable; por otro, se idealiza la labor de los soldados contando sus muertes como bajas, al punto de que se los priva de ser reconocidos como víctimas de guerra, lo cual a menudo puede evidenciarse incluso desde la herencia mitológica (antes del siglo V a. C); cabe observar que la construcción de valores como la valentía y la fuerza estaba supeditada al desempeño de los individuos durante las guerras, y que, por tanto, debían pensárselos en una categoría heroica que los alejaba de las condiciones humanas (Espino López, 1993).

Las condiciones de precariedad para la población del continente europeo, enmarcadas por crisis de salubridad y de hambruna, sumadas a la pérdida del control efectivo por parte de las monarquías, crearon una alta tolerancia a la guerra, donde los individuos carecían de importancia y los soldados se volvían cifras dentro de un sistema utilitario y deshumanizante que se justificaba desde el poder del príncipe y se materializó en obras como el Arte de la guerra (Jiménez, 2018).

La naturalidad con la que se asumía la guerra creó un imaginario en el que la avanzada militar se concebía como un símbolo de la fortaleza de los Estados y, en contrapartida, la paz instituida era percibida como un quiebre en la solidez de las naciones; el temor por la pérdida de fortaleza social reforzaba la idea de que los conflictos eran un umbral de acción y heroísmos, en el cual los soldados se convertían en una herramienta para el avance y un engranaje en la maquinaria institucional cuya humanidad era concebida únicamente en virtud de la entrega absoluta de sus vidas a los fines de los ejércitos (Alia et al., 2015).

Durante el siglo XVII, la historia europea vio un periodo de 40 años a lo largo del cual los conflictos transnacionales fueron constantes e ininterrumpidos y coexistían con guerras nacionales a lo largo del continente. La presencia de la guerra se volvió un factor determinante para la normalización de los conflictos; sin embargo, la concepción de la guerra como un suceso inevitable y parte del proceso histórico, resultado de una convergencia de condiciones.

Pese a que la historia militar ha sido permeada por estos preceptos, la revolución militar, entendida como la tecnificación y la sofisticación del accionar de los ejércitos, determinó un cambio en la manera como se concebía la guerra y a quienes la luchaban (Parker, 2002).

El cambio militar durante la Edad Moderna, complejizó a los ejércitos, ante la compresión de que el accionar militar no se reducía a la labor del soldado, sino que abarcaba una amalgama de decisiones en relación con la estrategia y el armamento, y con implicaciones políticas, sociales y económicas. No obstante, los procesos de humanización completa de los soldados no se dieron sino posteriormente, con la llegada de los postulados humanistas y la interpretación de estos siglos, pues hay de por medio una complejidad en los procesos y una dificultad para crear mecanismos de una visión militar que atienda al proceso de la misionalidad militar.

Las transformaciones tras la revolución militar que desarrolló Parker, crearon una sofisticación en la práctica de la guerra, al hacer que cada conflicto se desarrollara de forma distinta, lo que se prestó para ser un objeto de estudio en sí mismo. El cambio en la esfera militar no fue definitivo, ya que muchas estrategias de caballería no lograron ajustarse de manera idónea a las mejoras a la infantería tras el avance industrial. Hay antecedentes de esta revolución de la industrialización militar en relación con el cambio en la estrategia militar que pueden comprobarse al observar conflictos como el español en de la guerra de Granada y las campañas del Gran Capitán en Italia (Espino, 1993).

No obstante, las narrativas sobre la tecnificación y los cambios en las formas de organización de los ejércitos a lo largo de Europa responden a las necesidades de seguridad de los países, pero no reflejan las relaciones de las instituciones con el individuo —es decir, el soldado—: se narra la historia de las estrategias de seguridad y de las formas de mejorarlas dentro de los Estados, pero no de quienes materializan esa seguridad.

El soldado como sujeto en la historia europea

Las grandes construcciones teóricas a partir de la teoría del Estado en el siglo XVII, como la idea de Estado nación, de Thomas Hobbes, y la teoría absolutista del Estado, de Hegel, marcaron un hito importante para comprender la visión de los Estados europeos como un fin en sí mismos; es decir, asumiendo al Estado como el umbral de desarrollo de su propio accionar, y su profunda relación con el devenir militar. Ello significa, entonces, que la acción militar se comprende como una política de Estado, y que, por tanto, se institucionaliza la necesidad de servir a las tropas militares, y se crea así la idea de que el militar no se debe solamente a su ejército, sino que en su actuar reposa la posibilidad de materializar los fines del Estado.

Lo anterior encuentra razón como antecedente, en la forma como fueron retratadas narrativamente las campañas militares de Napoleón a lo largo de Europa. La idealización del espíritu expansionista de las tropas napoleónicas se tradujo, a sí mismo, en la creación de una imagen de soldado determinada por el heroísmo y la abnegación (Manaut, 2013).

La construcción de una idea de Estado en la búsqueda de superar los absolutismos y abrirse a la democracia, como sistema transversal a las nuevas sociedades, permitió solidificar la importancia de las comunidades que componían dichas sociedades y, por tanto, el concepto población civil, como una categoría diferencial entre lo militar y lo no militar. Esto implicó, a su vez, un cambió la forma como los ejércitos comprenden a la población civil en las instituciones militares y se legitiman frente a los ciudadanos, representativo ello de la integración entre lo político y lo militar.

La revolución francesa, en el marco del auge de la burguesía y la caída de la monarquía, determinó valores imprescindibles para el desarrollo de los Estados modernos en Europa. La libertad y la igualdad se convirtieron en el motor emancipatorio de los yugos monarcas a lo largo del continente, mientras que la fraternidad se convirtió en un principio que solidificó la acción militar y la identidad del soldado con su tropa. La identidad con la república francesa, la legitimación del poder y la posibilidad de ser concebidos como sujetos dentro del Estado al cual se sirviese, fueron factores clave a la hora de conformar ejércitos con capacidad para derrocar la institución clerical y monárquica (Parker, 2002).

Las nacientes declaraciones de derechos, el surgir de un pensamiento más an-tropocentrista y la posibilidad de legitimar los Estados a partir de la identidad de los individuos con estos reconfiguró la visión utilitaria del soldado y elevó su participación en los conflictos a la categoría de deber con el Estado, como parte del proceso de tal reconocimiento estatal al combatiente como sujeto de derechos.

El auge de la estrategia en la revolución militar, complejiza la figura del soldado, ya que lo dota de la capacidad analítica para observar las condiciones del conflicto, las implicaciones políticas de este y el deber de actuar acorde a los fines del Estado al que se debe. Previamente a ello, se señalaba frente al desarrollo del militar que:

Tanto el mercenario como el militar permanente no conocen otra forma de vida. Por ello constituyen la figura del soldado de oficio, no del soldado-ciudadano: sólo saben luchar y, cuando la paz llega, su solución es echarse al monte hasta que la justicia se ve obligada a eliminarlos. (Jiménez, 2018, p. 139)

El paradigma soldado-ciudadano parte de una diferenciación no solo desde la categoría, sino desde los mecanismos de protección estatal y legal. El surgimiento de la humanización parcial de la imagen del soldado no implica directamente un ejercicio de reconocimiento de los hechos vulneradores de sus derechos, tal como se hace con un individuo parte de la población civil; dicho en otras palabras, el cambio del soldado servil al soldado estratega no se traduce en la inclusión al imaginario europeo el soldado como víctima.

Los procesos de las víctimas en materia de memoria histórica

El tránsito entre guerras inquisitoriales y guerras expansionistas a guerras por la soberanía de los Estados cobró la vida de grupos enteros dentro de la población civil. Es importante dilucidar que esta fue reconocida en los procesos históricos solo a partir del momento en que el antropocentrismo se hizo más protagónico en el campo de las ideas del pensamiento europeo. No obstante, la historia conocida se ha convertido en la narrativa ideológica dominante sobre la ideología dominada; por tanto, entender cabalmente quiénes fueron víctimas en los conflictos europeos requiere una revisión al ejercicio compilatorio que implica la historia (Mansilla, 2021).

La convergencia de la narrativa histórica oficial, la memoria de los pueblos y el reconocimiento de las víctimas permiten la construcción de postulados históricos en la búsqueda de la verdad y del reconocimiento de todos los actores dentro de los hechos históricos. A partir de su obra la construcción de la memoria, Carretero (2007) ilustró dicho proceso a partir de cuatro pilares:

a) la búsqueda de una relación significativa entre la representación del pasado y la identidad, ya sea esta nacional, local o cultural; b) la demanda de historias menos míticas y más objetivadas; c) la necesidad de elaborar los conflictos del pasado con vistas a emprender proyectos futuros, como es el caso de la reinterpretación de los conflictos nacionales europeos en aras de un futuro común, y d) la todavía muy incipiente utilidad de generar una comparación entre historias alternativas de un mismo pasado. (Carretero, 2007, p. 13)

No debe, entonces, confundirse la memoria con los conceptos de rememorización y memorización desarrollados ni con los procesos cognitivos de la antigua Grecia, pues la memoria histórica no implica un acto individual, sino la reconstrucción que hacen las comunidades a partir de los consensos y los diálogos sobre los hechos observados (Castillo, 2018).

La Segunda Guerra Mundial, con su saldo de cerca de cincuenta y cinco millones de personas muertas permitió que el escenario internacional observara minuciosamente la soberanía de los Estados para la acción militar versus la garantía de los derechos de la población civil que se encuentra en medio de los macroconflictos. El carácter ideológico que marcó esta guerra desdibujó la forma como se concebía a la población civil y se legitimaba la labor militar, lo que implicó el recrudecimiento de las acciones desplegadas por los Estados y la escalada del conflicto trasnacional (Gómez, 2006).

Los juicios de Núremberg y la consolidación de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) para la declaración de los DD. HH. permitieron que la historia no fuera contada por los bandos que perpetuasen la violencia, sino que fuera reconstruida a partir en las experiencias de las poblaciones civiles que atravesaron los actos de guerra.

El compromiso internacional con la no repetición de los actos cometidos durante la Segunda Guerra Mundial llevó a que en conflictos como la guerra civil de Grecia, la guerra de Yugoslavia y el conflicto en Bosnia y Herzegovina pudiera reconstruirse la experiencia de las víctimas y a que estas contaran con intervención Derecho Internacional Humanitario (DIH) para la garantía de no repetición y la reparación (Waldmann et al., 1999).

Este ejercicio de compilación de los hechos y de la narración a partir de las visiones de las víctimas requirió la convergencia de distintas narrativas frente al mismo hecho; se pasó de imaginar a los soldados en virtud de las órdenes de los Estados a los cuales servían a comprender que la responsabilidad frente a los hechos cometidos en el marco de los conflictos no residía únicamente en quienes ejecutaban las acciones estratégicas en el marco de la guerra, sino que había toda una estructura de subordinación que limitaba el accionar de los militares, y que estos no podían evadirla, so pena de ser procesados en las cortes marciales. Ello significó un escucha en el proceso de memoria a los militares desde la perspectiva del funcionamiento del Estado y a partir de las narrativas individuales de cada uno como individuo dentro de la sociedad.

El reconocimiento en los ejércitos europeos a las víctimas

La humanización de las víctimas, de los combatientes y de los contrincantes es una consecuencia de la naturaleza misma de los conflictos. No se trata, entonces, de un proceso que es libre a partir de las conciencias individuales, sino que se construye desde la legitimidad que los Estados les dan a sus propios actos. La guerra, entonces, tiene varias connotaciones.

La primera vendría a ser la concepción de la pugna entre dos expresiones de poder para el sometimiento de una a manos de la otra. La segunda es la relacionada con las implicaciones políticas y económicas de confrontar a un Estado o a un grupo armado organizado. La tercera implica la comprensión del conflicto, una vez sucede, mediante el análisis del actuar de los ejércitos involucrados.

Aquí puede evidenciarse que en los procesos de guerra de los Estados modernos los ejércitos cumplen la función de ejecutar la ruta planteada por los dirigentes; por tanto, el reconocimiento de la violación a los derechos de las víctimas se halla estrechamente ligado al reconocimiento que les dé el comandante en jefe de dicho ejército. La naturaleza de la guerra apunta, de hecho, a que el contrincante vencido sea tratado de formas no humanas. Las formas aprendidas de la guerra y la sujeción de los ejércitos a sus comandantes impiden que las tropas por sí solas puedan involucrarse en el reconocimiento a las víctimas; por tanto, todos los reconocimientos de las violaciones a los derechos están enmarcadas por procesos en el marco de la jurisdicción internacional (Mejía, 2016).

Este escenario, donde el reconocimiento a las víctimas y los hechos cometidos va sujeto a procesos políticos y jurídicos, no ha impedido la posibilidad de construir memoria más allá de las herramientas de la historia cívica y militar, y es aquí donde las representaciones simbólicas y gráficas cobran sentido para construir procesos de reparación, lo que permitiría comprender otra expresión de dignificación para las víctimas y abriría la posibilidad de contemplar a los soldados como víctimas.

En síntesis, si bien el desarrollo del concepto de militar víctima ha logrado posicionarlo hoy en día como algo común y válido en el ejercicio de la labor militar, por parte de los militares aún falta avanzar en el reconocimiento del daño moral que pueden sufrir como consecuencia de actos victimizantes que contrarían el DIH. Esto puede llegar a considerarse como un perjuicio contra el reconocimiento material de sus derechos, por lo cual es evidente que aún queda mucha tela que cortar respecto del reconocimiento de la condición de víctima dentro del ámbito militar. (Ortega Guzmán, L. F., & Gil Osorio, J. F. 2022, p 10).

Los monumentos como herramienta de reconocimiento en la memoria histórica

El monumento aparece como la posibilidad de remembrar, honrar y recordar un hecho, un actor o un sujeto de la historia; sin embargo, el movimiento monumental es tan antiguo como las primeras civilizaciones emergentes en Europa: por ejemplo, las grandes estructuras de la Antigua Grecia no solo representaban la construcción arquitectónica y las habilidades alfareras de los constructores de la época, sino que simbolizaban en sí mismas un conjunto de ideas y valores que habían sido consideradas por la población un aspecto digno de ser conservado. Es aquí donde el monumento y la conservación histórica son dimensiones de un mismo fenómeno de la memoria como proceso y tejido social (Castiblanco, 2009).

Sin embargo, a lo largo del presente texto se ha venido mencionando a la memoria como un elemento dentro de la historia, pero esta no podrá ser entendida como la simple compilación de narrativas individuales que se condensan para crear una visión general de los hechos y los acontecimientos: la memoria a la que apunta esta investigación es la que se construye a partir de lo colectivo. Eso significa aquella que se da como un resultado donde el tejido social crea sistemas de diálogos y espacios de comunicación en los que se establece el reconocimiento conjunto de un hecho histórico, más allá de la mera narración de los hechos, y se crean lugares de reconocimiento en los cuales sectores de la población pueden arraigarse y dejan de invisibilizarse, y todo ello significa un proceso de dignificación colectivo (Manero & Soto, 2005).

Las figuras de la epigrafía presentes en las civilizaciones antiguas y los elementos de los altares como ritual de culto dieron origen a lo que hoy conocemos como monumentos. Las representaciones gráficas y simbólicas hacen parte de los procesos identitarios de las comunidades: los epígrafes permitieron comprender el origen cosmogónico de un pueblo, mientras que los monumentos permiten remembrar hazañas y rendir homenaje.

Existen otros procesos para los homenajes póstumos o la remembranza de las hazañas, tales como los epitafios, las placas y los mausoleos; sin embargo, los monumentos tienen importancia particular, y esta reside, precisamente, en el hecho de que se hallan en lugares de encuentro social y son construidos y pensados a partir de la institucionalidad estatal. Ello significa que hay un proceso de reconocimiento institucional previo al monumento, lo cual puede considerarse una aceptación de la memoria histórica de los homenajeados (Delgado & Estepa, 2014).

El diálogo colectivo para la búsqueda de consensos a partir de la valoración de los acontecimientos es la forma de crear memoria más allá de la historia; o sea, permitir la formación de una identidad del conglomerado social con las historias que se narran y comprender los procesos de invisibilización que se dan cuando la historia se construye a partir de la visión de uno de los actores dentro de los hechos.

Podría considerarse que la observación de los ejércitos a lo largo de la historia ha resultado en procesos de memoria que dan cuenta de una visión institucionalista de los hechos que envuelven la labor militar; es decir, la que observa el desempeño estratégico y el número de bajas dentro de los conflictos —comprendiendo al ejército en abstracto— y no observa las narrativas que cada uno de los soldados tiene para aportar a la construcción de una memoria de las FF. MM. más allá de su labor institucional. Frente a dichos procesos de memoria, Portelli (2013) plantea:

La contemporaneidad y la contradicción entre la belleza del paisaje y la violencia que lo habita sugieren una relación entre dos formas posibles de la memoria: la memoria como tranquilizante y la memoria como perturbación. De hecho, considerar la memoria como un peso y una repetición es en último análisis el producto de una idea de memoria como un simple almacén inerte - algo inmutable, fijado para siempre en un significado único, intangible y fuera de discusión. Es lo que podríamos llamar memoria-monumento: la memoria practicada y a menudo impuesta por las instituciones, como conmemoración y celebración de las glorias del pasado; narración de una identidad nacional que sólo recuerda lo que enorgullece. borrando las sombras y las contradicciones. (p. 6)

En este sentido, frente a los procesos sociales la memoria colectiva puede tener varias implicaciones. En primera instancia, ser un mecanismo para el reconocimiento de las identidades en su diversidad, lo cual implica comprender que en un mismo escenario de reconocimiento histórico de la memoria convergen varias formas de identidades que merecen ser escuchadas y contar con una narrativa de los hechos, mientras, por otro lado, la memoria puede también ser una herramienta de cuestiona-miento a las formas de preconcebir la historia, y de desafiar la asunción de los hechos qué restringe las visiones a las historias de los vencidos y los vencedores.

Habrá que entender que la historia también es una herramienta política por medio de la cual los Estados pueden crear una imagen sólida de su propia fortaleza dentro de los mecanismos de poder frente a otros Estados y frente a los gobernados.

Frente a la posibilidad que tienen los discursos y la escritura de ser modificados, los monumentos sirven a la memoria histórica como un símbolo de reconocimiento y de reparación, que permanece más allá de las posibles visiones de revisionismo histórico. El monumento, como representación sensorial de los procesos sociales tejidos a partir del reconocimiento, no solo permite establecer un antecedente histórico percibido más allá de la escritura, sino que se establece como un símbolo que puede crear o alterar los imaginarios frente a hechos históricos completos y, en consecuencia, crear formas de dignificación para las poblaciones víctimas dentro de esos hechos que son representados a partir de estos símbolos (Toro, 2018).

Sin embargo, no puede reducirse la existencia de los monumentos a la reivindicación de las víctimas, pues el simbolismo que los reviste puede ser utilizado tanto para los procesos de dignificación, como para la creación de imágenes que simbolizan arquetipos de victoria en la guerra y establecerse como una forma de elevación y exaltación del poder militar Estatal frente a los detractores a lo largo de la historia, el símbolo con una herramienta que evidencia el poder de los Estados es incluso más común que las formas de reivindicación histórica a partir de los monumentos a las víctimas.

La proliferación de antecedentes determinantes en la construcción de monumentos para la reivindicación histórica aflora tras los procesos de reconocimiento resultantes de la Segunda Guerra Mundial y la intervención de organismos internacionales para crear herramientas en búsqueda de la no repetición del conflicto que dejó un saldo aproximadamente de 55 millones de vidas y que se valió de la necesidad de visibilizar a los sectores más vulnerables de las poblaciones.

El componente social de los monumentos a víctimas en Europa

La Segunda Guerra Mundial, como macroconflicto que involucró a gran parte del territorio europeo, es ideal a la hora de analizar los procesos de monumentos a las víctimas. Por ejemplo, las calles de Berlín, en Alemania, están dotadas por sí mismas de una carga de significantes cuando se trata de analizar las implicaciones del régimen nacionalsocialista. Sin embargo, a consecuencia de los 30 años que siguieron a la Segunda Guerra Mundial, y a lo largo de los cuales Berlín resultó debilitada por el muro que marcó el periodo de la Guerra Fría, todo proceso institucional para el reconocimiento del Estado alemán a los actos cometidos durante el Holocausto estuvo limitado, y así la construcción de memoria histórica se truncó durante el proceso separatista de las Alemanias.

La persecución sistemática a los judíos durante el régimen nazi, creó una necesidad de reconocer a partir de los monumentos grandes símbolos que permitieran recordarle a la humanidad un periodo histórico demarcado por el absoluto rechazo a la diferencia y por la inhumana “necesidad” de eliminar a un grupo determinado de la población mundial. Destacando esto último no se busca invisibilizar a otras comunidades, minorías y religiones que también fueron blanco de las atrocidades del Holocausto, sino visibilizar la existencia de una violencia sistemática contra la población judía.

Es así como en 2005, se construyó en la ciudad de Berlín el monumento a los judíos europeos asesinados, con 2.711 losas de hormigón, y el cual buscó exaltar la memoria de un grupo perseguido y torturado durante la Segunda Guerra Mundial. El monumento tiene una extensión de cerca de una manzana, y lo componen losas que crean la ilusión de reconstituir en sí mismas una pequeña ciudadela, con colinas cercanías y lejanas, que pueden crear una suerte de laberinto en el cual ninguna placa contiene una inscripción o literalidad alguna sobre lo sucedido. Dicha apuesta iconográfica parece dirigida a crear un espacio para la reflexión sobre las memorias ya conocidas; es decir, pretende ser un monumento cuya intención es no permitir el olvido de lo acontecido. Esto marca, por tanto, un hecho importante en la manera como se crea y se reconoce la memoria histórica a partir de las piezas monumentales (Facultad de Derecho Universidad Externado de Colombia, s. f).

Figura 1. El Holocaust-Mahnmal, monumento a los judíos de Europa asesinados. Berlín, Alemania.

Fuente: Facultad de Derecho Universidad Externado de Colombia (S. f.).

No obstante, en este mismo periodo de Guerra Fría que atravesó, Berlín celebró un desarrollo importante de los monumentos y los reconocimientos a los soldados soviéticos en el territorio berlinés, a partir del monumento de guerra soviético en el Treptower Park. Este,junto al mausoleo construido desde 1946 a 1949 en la extensión del parque, constituye uno de los monumentos más importantes y más grandes en cuanto al homenaje a soldados de cuantos hay en suelo alemán. Pese a que el monumento fue construido como parte de la inmersión soviética al territorio alemán, es un hito a la hora de comprender los homenajes a soldados caídos y a la misión de los ejércitos durante una guerra (Stangl, 2003).

Figura 2. El Treptower Park. Berlín, Alemania.

Fuente: Robert Neumann-Fotolia.com

Estos dos monumentos, que constituyen solo una pequeña parte de los existentes en Europa, cobran especial importancia a la hora de analizar la memoria iconográfica de los conflictos europeos, ya que por medio de ambos se reconocen conflictos transversales y se universaliza tanto la figura de víctima como la del soldado, lo cual crea imaginarios más amplios de las vidas que se cobró la Segunda Guerra Mundial. Es imperativo, entonces, comprender grosso modo cómo se han constituido los monumentos que reconocen a los soldados a lo largo y ancho de Europa y cómo obedecen a los imaginarios históricos que se han tenido en relación con el proceso humanizador del soldado europeo.

Caracterización de monumentos militares en Europa

La iconografía militar ha estado determinada en el territorio europeo por las tradiciones de la Antigua Grecia en las que las armas del ejército vencido eran tomadas por las tropas vencedoras como un símbolo de triunfo y de regocijo militar; por tanto, históricamente, el monumento militar inicia con la imagen del trofeo. El imaginario de los ejércitos como un epítome de las sociedades adquiere un reconocimiento en la memoria colectiva gracias a la inventiva de Alejandro Magno de erigir un monumento en homenaje a los caídos durante la batalla del Gránico y la ofrenda de los trofeos de las armaduras persas dejado en el Partenón de Atenea (Cadiñanos, 2014).

La concepción virtuosa del ejército macedonio y la entroncada historia de las acciones de los ejércitos de Grecia y de Roma son el punto de partida para la concepción heroica de los soldados. Eso significa, naturalmente, que los símbolos de recordación de las acciones militares están enmarcados en la necesidad de reflejar la virtuosidad de los ejércitos y las batallas ganadas. En esta primera parte de la historia europea el heroísmo y el trofeo son los símbolos y los procesos de dignificación de los imperios a sus tropas.

El trofeo como símbolo no representa un proceso de reconocimiento a los militares dentro del triunfo, sino que actúa como un mecanismo para la materialización del poder de los gobiernos o los Estados, sin que tal cosa implique que ese triunfo recoja la visión del esfuerzo militar dentro de él; es decir, este es una expresión de memoria institucional ornamental, si se quiere, pero no resulta en un proceso de memoria histórica, por lo que no acoge la representación ni la reivindicación de los soldados caídos sacrificados para ese triunfo.

Durante la Edad Media los procesos de significación, creación, artística y compilación histórica estuvieron determinados por las castas de la monarquía y las determinaciones clericales. Pese a que los soldados y las tropas representaban un elemento esencial para la Inquisición, los vestigios de memoria existentes durante la época se dedicaron a exaltar los linajes que componían la realeza y la preponderancia del clero en el sostenimiento de las sociedades feudales.

Podría leerse históricamente a los castillos como construcciones que representan por sí mismas una estructura de fuerte militar; no obstante, no pueden ser concebidos como parte de los monumentos, y por eso durante esta época histórica el avance de la concepción de los monumentos a los soldados se estancó. Aquí surge otro paradigma que es importante resaltar en el análisis: precisamente, que en estos tiempos hay un avance en la Historia Militar, pero no en los procesos de memoria histórica, lo cual implica que ambos, pese a encargarse del reconocimiento de los hechos en los que está involucrado el ejército y sus soldados, no persiguen el mismo fin; por lo tanto, a pesar de no ser contradictorios entre sí, requieren procesos distintos.

Como se mencionó en el primer acápite de este artículo, el cambio en la manera como se concebía al individuo en la apertura de antropocentrismo permitió comprender lo significativos que son los soldados y su importancia para la determinación de los conflictos entre los Estados. Es aquí donde las obras fúnebres adquieren un valor para la memoria colectiva y se establece el valor del homenaje a los soldados caídos como un proceso de reconocimiento a la labor del militar.

La Modernidad permite, entonces, un reconocimiento del soldado como individuo y como figura que determina, desde las guerras expansionista hasta las guerras nacionales a lo largo y ancho del continente europeo, la necesidad de reconocer la labor de las personas que componen las tropas que integran y defienden los Estados modernos europeos. El soldado caído se convierte en el eje central de los monumentos a lo largo del continente, para el reconocimiento de los combatientes como víctimas y sujetos de la historia; por ello, los monumentos bajo esta lógica son esenciales a la hora de construir una memoria que humanice a los soldados.

Una observación a los monumentos a los soldados caídos en Europa

El reconocimiento de las muertes de los soldados en los Estados, puede verse también como un proceso de nacionalización de las muertes a partir del concepto de pertenencia a un Estado o una patria. A partir de ello surgen dos maneras de rendir tributo a los militares caídos en los procesos de guerra. El primero se enmarca en la creación de mausoleos a lo largo de Europa, donde los excombatientes ya no son vistos en virtud del cargo que ocupaban, sino que sus nombres comparten espacio con los de sus compañeros caídos, lo cual demuestra la importancia del individuo, y ya no la de su función militar. El segundo es un proceso monumental, en el que en las plazas o los lugares de encuentro común en las ciudades europeas se levantan símbolos para el reconocimiento de la labor de estos soldados a partir de una figura anónima o un general (Mosse, 2016).

Ambos procesos de reconocimiento son un avance en la construcción de una memoria histórica humanizadora en los militares; sin embargo, para el presente estudio haremos una compilación de los monumentos públicos que existen en Europa cuya significancia simbólica trasciende la imagen del mausoleo. En la tabla 1 señalaremos algunos de los monumentos de mayor importancia para el reconocimiento de los soldados caídos a lo largo de continente europeo.

Tabla 1 Proceso de dignificación militar en el continente europeo

Fuente: elaboración propia, con base en el artículo “The making and unmaking of an unknown soldier” (Wagner, 2013).

A partir de la observación de los monumentos erigidos a lo largo y ancho del territorio europeo, es posible comprender que en estos convergen dos visiones para la memoria histórica de los soldados. La primera parte del reconocimiento del soldado como figura y sujeto de una guerra concreta, para el homenaje de todo un pelotón perdido en ese hecho histórico. La segunda recoge grandes conflictos donde no se puede determinar, por la cantidad de bajas, las características del pelotón o de los soldados muertos en combate.

En ambas visiones, el soldado es una figura que representa a todos los individuos en servicio cuya labor militar cobró sus vidas; no obstante, los monumentos de los soldados desconocidos aparecen como una forma de rendir homenaje a las víctimas militares cuyas historias no pudieron reconocerse a partir de los procesos de historia militar. En ese sentido, cobra especial importancia la figura del soldado desconocido.

Los monumentos a los soldados desconocidos como una herramienta de memoria colectiva

Una de las críticas más recurrentes a las representaciones iconográficas de los soldados caídos y desconocidos es, precisamente, que la imagen de la figura del soldado suele ser usada para reforzar los fines propagandísticos de un Estado para exaltar su labor militar, y no como proceso de reconocimiento de los soldados como víctimas. Por otra parte, la mayoría de dichos monumentos tienden a tener una mayor carga de importancia de análisis artístico qué de análisis histórico; los monumentos a menudo se vuelven un eje de observación a la esteticidad del fenómeno del soldado desconocido, y no a las implicaciones para la creación de la memoria histórica de los soldados víctimas.

El alzamiento de los monumentos está impregnado por los intereses políticos de los gobiernos que inician la construcción de esos homenajes póstumos, tal como pasó en la España franquista, donde los monumentos alzados durante el régimen de Franco fueron paulatinamente escondidos o invisibilizados, en la búsqueda de quitarle fuerza representativa al régimen franquista tras su caída (Vázquez, 2006).

La politización de los monumentos crea un umbral donde la construcción de la memoria a partir de los símbolos queda a la suerte de la aceptación del gobierno que sucede a quien se le levantó dicho monumento, así como sucede con la construcción de los discursos históricos con el reconocimiento a las víctimas, el cual queda sujeto a la pugna ideológica que se surta en cada uno de los Estados europeos. La contex-tualidad del monumento lo condena a la recordación no de los soldados caídos, sino del gobierno que inició la construcción del monumento. Eso quiere decir que dichas construcciones no se vuelven un referente para la memoria colectiva acerca de los militares desconocidos y su importancia para el sostenimiento del Estado, sino que se convierten en una pieza más de la iconografía institucional del Estado (Massa, 1998).

En ese orden de ideas, los monumentos a los soldados desconocidos se vuelven desconocidos ellos mismos, por carecer de un profundo tratamiento antropológico y sociológico que permita arraigar una imagen humanizada de los militares que dan su vida por los fines del Estado, lo cual hace que la iconoclastia amenace la memoria colectiva de los soldados caídos como víctimas.

Dificultades para la memoria de víctimas militares a partir de monumentos

La Segunda Guerra Mundial escenificó también la necesidad de los pueblos de usar como arma de guerra la eliminación de la memoria del pueblo atacado; por eso, durante dicho período, y tiempo después, durante la guerra en Yugoslavia, en la década de 1990, el conflicto estuvo marcado por una eliminación intencionada de los monumentos históricos y religiosos en el territorio de Croacia. La eliminación de la memoria y de los monumentos como una estrategia de guerra pone en entredicho la capacidad para la reconstrucción histórica de los monumentos (Agencia EFE, 2017).

No obstante, la caída de los monumentos no siempre representa una estrategia en el marco de la guerra: en ocasiones —como en el caso de Irak, con la estatua de Sadam Hussein—, el derribamiento de una estatua significa la emancipación de un pueblo de una dictadura; por eso, en el marco de casos como el de la destrucción de monumentos a raíz de las marchas contra el racismo institucional en Estados Unidos, en junio de 2020, hay que replantearse la legitimidad que tienen los monumentos y las estatuas para la población civil (Deutsche Welle, 2020).

La valoración y la clasificación histórica que se le da a un gobierno o a un líder político se extienden a sus tropas; por tanto, los soldados caídos en cumplimiento de los deberes marcados por un líder político corren la suerte de la categorización histórica que se le dé al mismo líder; y eso deshumaniza, una vez más, al soldado. Pese a los avances para reconocer la vida de los militares al servicio de los Estados, los procesos de dignificación podrán completarse y perpetuarse en los imaginarios sociales en la medida en que la Historia Militar despliegue esfuerzos por entender a los soldados y los militares más allá de su accionar en nombre del Estado.

Los monumentos a los soldados caídos y desconocidos representan un símbolo iconográfico de reconocimiento. El proceso de memoria histórica solo podrá darse en la medida en que el conjunto social haga un reconocimiento a los procesos de humanización de los soldados, a la construcción de una memoria que repare al soldado caído y al soldado desconocido. Algo así solo será posible cuando el imaginario social conciba e incluya al soldado desconocido en la narrativa histórica como un sujeto de derechos, y no como un actor más del conflicto.

Se requiere, entonces, que se creen mecanismos para los procesos de memoria histórica de los soldados con una pedagogía social, y que se te tejan dichos procesos con las comunidades, de tal forma que exista una identidad compartida y que los procesos de iconoclastia no amenacen las formas de reivindicación y reconocimiento de los soldados. Por eso mismo, vale la pena apostar por símbolos y monumentos que se integren en las visiones de la población civil creando una pertenencia en cualquier monumento a los soldados caídos de la sociedad en general, haciendo que la pérdida o la destrucción de estos implique un desconocimiento no solo para los procesos militares, sino también, para los hechos sociales atravesados por la población en general.

Conclusiones

La experiencia europea de los símbolos a los soldados, desde el trofeo hasta el monumento, ha permitido evidenciar la necesidad de desarrollar, partiendo de la historia militar, categorías que humanicen a los soldados. Las marcadas tendencias propagandistas y estatales en el reconocimiento a los soldados desdibujan el carácter antropológico y la importancia en la memoria histórica del reconocimiento a los soldados, y reducen a un aspecto meramente político el acto de levantar monumentos.

La crítica a la posible politización de la construcción de monumentos a militares proviene de la observación de la falta de existencia de diálogos para crear memorias colectivas que legitimen no solo el monumento, sino la necesidad de reconocer a los militares como víctimas dentro de los conflictos. Los procesos historia e historicismo generales no han permitido dar cuenta de la complejidad del rol de los soldados en el continente europeo y a lo largo y ancho del resto del mundo. La inexistencia de una historia militar más allá de los conflictos específicos de los Estados y los continentes ha dificultado la creación del imaginario del soldado como individuo.

No puede la historia militar seguir replicando las narrativas utilitarias a los soldados en virtud de su deber con la institución; es aquí donde pueden crearse nuevas categorías que permitan instituir en la memoria colectiva una observación a los combatientes como víctimas de los conflictos desde la memoria histórica.

Habrá, entonces, que entender que la institucionalidad castrense no funciona de manera aislada de las condiciones de la población civil, y que su diálogo con esta no se da únicamente en virtud de las acciones legales y constitucionales atribuidas a los ejércitos, sino que puede construirse un entramado social que permita reconocer la existencia de los soldados dentro de los Estados, no solo en función de su rol militar, sino también, como sujetos dotados de dignidad humana dentro del territorio; todo ello, con el fin de establecer mecanismos en los cuales la memoria histórica colectiva cimiente narrativas en las que las experiencias de los militares queden plasmadas más allá de las versiones de la historia militar oficial.

Un ejercicio conjunto entre una historia militar más antropológica y la construcción de referentes humanizadores de los combatientes podría permitir un nuevo escenario en el que la memoria histórica se permee en los discursos macrohistóricos militares. Esto significa que para el contexto colombiano, inmerso en un escenario de transición política y jurídica que prioriza el reconocimiento de las víctimas, los ejercicios de reconocimiento europeos a los militares, así como el desarrollo de la historia militar, son esenciales a la hora de incluir al Ejército colombiano en el ejercicio de la memoria de conflicto armado colombiano.

Finalmente es necesario comprender que a la hora de establecer medidas de dignificación para las víctimas militares, los procesos de historia militar, construcción de memoria colectiva y creación de monumentos no pueden ser aislados ni, mucho menos, pueden existir el uno sin el otro, lo cual supone una nueva preocupación a la hora de construir discursos de los hechos y de narrar la historia misma en materia militar.


Declaración de divulgación

Los autores declaran que no existe ningún potencial conflicto de interés relacionado con el artículo.

Sobre los autores

Juan Fernando Gil Osorio, Escuela Militar de Cadetes “General José María Córdova”, Colombia. Doctorando en Derecho de la Universidad Externado de Colombia, magíster en Derechos Humanos y Democratización de la Universidad Externado de Colombia y la Carlos III de Madrid; especialista en Derechos Humanos y Derecho Internacional Humanitario (de la Universidad Externado de Colombia), en Docencia Universitaria y en Derecho Internacional Aplicable a los Conflictos Armados (DICA); Abogado de la Facultad de Derecho de la Universidad de Medellín, director del Observatorio de Derecho Operacional de la Escuela Militar de Cadetes “General José María Córdova”.

Contacto: juan.gil@esmic.edu.co - ORCID: https://orcid.org/0000-0002-6605-6846

Luis Fernando Ortega Guzmán, Escuela Militar de Cadetes “General José María Córdova”, Colombia. Magíster en Filosofía del Derecho y Teoría Jurídica de la Universidad Libre de Bogotá, Colombia. Abogado de la Universidad Católica de Colombia. Docente Tiempo Completo de la Universidad Militar Nueva Granada.

Contacto: ortega.luis@unimilitar.edu.co - ORCID: https://orcid.org/0000-0002-4862-4854


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Anexos

Figura 1. Monumento a los caídos por España. Madrid, España

Fuente: https://es.wikipedia.org/wiki/Monumento_a_los_Ca%C3%ADdos_por_Espa%C3%B1a

Figura 2. Monumento Landsoldaten (soldado de infantería). Fredericia, Dinamarca

Fuente: https://es-academic.com/dic.nsf/eswiki/1100597

Figura 3. Tumba del soldado desconocido. París, Francia

Fuente: https://protocoloalavista.wordpress.com/tag/tumba-del-soldado-desconocido/

Figura 4. Memorial de Tannemberg (demolido). Olztynek, Polonia

Fuente: https://rohamjelvenyek-shop.hu/a-tannenberg-emlekmu/

Figura 5. Monumento a los combatientes caídos. Đurđevac, Croacia

Fuente: https://www.tracesofwar.nl/sights/25756/Partizanen-Monument-Rovinj.htm

Figura 6. Monumento al Soldado Desconocido. Sofía, Bulgaria

Fuente: https://bnr.bg/es/post/100743543