Artículo

Revista Estudios en Seguridad y Defensa 5(10): 38-49, 2010

La seguridad hemisférica y seguridad humana: quimeras probadas, desafíos pendientes

FARID BADRAN ROBAYO*


*Internacionalista de la Universidad del Rosario. Investigador del Departamento Administrativo de Ciencias, Tecnología e Innovación -COLCIENCIAS - . Investigador asistente en la Línea sobre Terrorismo en el Centro de Estudios Estratégicos sobre Seguridad y Defensa Nacionales -CEESEDEN- de la Escuela Superior de Guerra. Correo: faridbadran26@yahoo.fr


Recibido: 31 de Agosto de 2010.
Evaluado: 1-25 de Septiembre de 2010.
Aprobado: 28 de Octubre de 2010.


Tipología: Artículo de reflexión resultado de investigación ya concluida.


Palabras Claves: Latinoamérica, Sistema Internacional, Instituciones Internacionales, Conflicto, Guerra.


El presente artículo confronta el panorama mundial de seguridad con el escenario latinoamericano para desentrañar en primer lugar los mitos actuales sobre armamentismo en América Latina, y develar como segundo punto los desafíos que se sugieren como más probables e inmediatos, y que deben sortear los Estados de la región actualmente en materia de seguridad.


El último lustro en América Latina ha sido escenario de particulares eventos que atañen directa o tangencialmente al ámbito de la seguridad hemisférica. Lo que algunos llaman carrera armamentista, es para otros una renovación de los aprestos militares de los Estados. Lo que en determinados escenarios se ha concebido como un proyecto sucedáneo de pretensiones geopolíticas estadounidenses, para otros es el fortalecimiento de las capacidades para derrotar el narco terrorismo. Y lo que algunos tildan de proyecto político expansionista, para otros es la difusión de un proyecto socialista para el subcontinente, dotando al discurso de la seguridad en la región de una vocación ideológica que parecía haberse perdido en la posguerra fría. Todas estas lecturas confi guran un panorama contrariado y enrarecido en el que paradójicamente Latinoamérica pugna por encontrar plataformas de unión de criterios y de cooperación regional en materia de desarrollo y seguridad.

Por otra parte, América Latina enfrenta al interior de varios de sus Estados problemáticas de alta complejidad que conciernen asuntos socio - políticos y económicos con infl uencia directa o tangencial en los escenarios y prospectivas de seguridad. Ello por consiguiente afecta también al panorama regional en este sentido (el de la seguridad) dado que por una parte las agendas, y las prioridades en la materia aún no están unificadas ni completamente claras; y por otro lado, las instituciones internacionales en el subcontinente han demostrado ciertos niveles de falibilidad e inclusive obsolescencia de cara a nuevos retos y amenazas.

ésto podría ser evidencia entonces de que los andamiajes de seguridad en la región implican también el estudio y la solución de variables alternas que no tienen una naturaleza estrictamente militar pero que en todo caso se relacionan fuertemente con los escenarios castrenses en tanto que se constituirían como factores subyacentes o colaterales en el análisis de la seguridad internacional.

En el presente artículo se esgrimen las razones por las cuales se puede aseverar que no hay carrera armamentista, ni desestabilización regional en América Latina. De la misma manera, se expone la debilidad institucional regional para propender marcos regulatorios en seguridad y defensa, y así dar paso por último, a la mención de los que se consideraron (a efectos de este trabajo) podrían ser los verdaderos desafíos en seguridad hemisférica.

¿Carrera armamentista en Latinoamérica?

A la luz de muchas fuentes académicas y oficiales, es innegable que el gasto militar de varios países latinoamericanos se ha incrementado. En supuestos tiempos de paz, ello puede resultar inquietante para algunos Estados. No obstante, es necesario abordar el contexto latinoamericano más a distancia y considerando otras variables de análisis.

Para empezar, se están viviendo tiempos particulares por cuanto Brasil se ha entregado abiertamente a su iniciativa de ser potencia emergente y regional, lo cual implica por supuesto (y entre otras cosas) un posicionamiento y proyección de su capacidad militar en términos disuasivos, que no ofensivos. La empresa de ser potencia está estrictamente ligada al poder, entendido bajo la defi nición de Daniel Drezner como la capacidad material (militar) de resistir las presiones y coerciones de los demás mientras que al mismo tiempo se ejerce influencia sobre los otros1. Empero, es obvio que no solo de su cuerpo militar depende el trampolín a la escena de los grandes decisores del mundo. Brasil tiene retos gigantescos en materia ambiental frente a la preservación del Amazonas, la generación de seguridad alimentaria, el imperio de la ley y de la fuerza en las grandes ciudades azotadas por las milicias urbanas, y a la reducción de la pobreza, la creación de empleo y demás tareas que son además las mismas para todos los Estados latinoamericanos.

El caso venezolano es el más preocupante para algunos analistas por cuanto la vocación de ese país en su acción armamentista podría sugerir fuertes visos guerreristas. A diferencia de las compras de armamento de Colombia, que se efectúan en el contexto del conflicto interno y responden a la necesidad de combatir el narcotráfico2, las compras de artillería pesada venezolana como los tanques T-72 rusos adaptados, o los aviones Sukhoi SU-30, son armamentos pensados para otro tipo de misiones diferentes a la guerra de guerrillas que afronta su vecino colombiano.

Además, tentativas como la anunciada en octubre de 2010 por el presidente Hugo Chávez referente al inicio de programas nucleares (con fines pacífi cos) podrían dar pie a la generación de suspicacias e incertidumbres por parte de otros Estados. No obstante, es muy pronto para hacer cualquier tipo de elucubraciones al respecto, aún cuando Estados Unidos ya se ha pronunciado acerca del tema sugiriendo a Venezuela obrar dentro del marco del Régimen Nuclear Internacional.

México por su parte, ha efectuado compras importantes que sin embargo, (y al igual que el caso colombiano) responden al desafío planteado por el narcotráfico y los carteles de la mafia, que en cuatro años ha cobrado más de 20.000 muertos.

Chile por su parte, tiene uno de los equipamientos militares más novedosos dentro de los que se cuentan submarinos, 150 tanques de guerra alemanes Leopard 2A 4, aviones de guerra Mirage 2000, F-16, MIG 29 y Sukhoi SU 30. El país austral en 2006 contaba con cerca de 600 millones de dólares anuales exclusivamente para la compra de armamento provenientes del fondo de exportaciones de cobre. Un lujo que Estados como Perú y Bolivia (rivales históricos desde la guerra del pacífi co en el S.XIX) no se pueden permitir, lo cual es causa de ciertas preocupaciones.

Este panorama para algunos y como en el caso de Brasil, podría responder más a un elemento disuasivo y a una muestra de capacidad de independencia ante un eventual desequilibrio de la paz en la región.

Colombia, es después de Brasil el Estado que más dinero ha invertido en el rubro militar y de defensa en los últimos años. Pero como ya se mencionó, la iniciativa colombiana estriba en su escalada por luchar contra el terrorismo y el narcotráfi co dentro de sus fronteras. Por ello, la mayor parte de los aprestos adquiridos se resume en aviones de reconocimiento, helicópteros de combate y aviones ligeros de carga y transporte que facilitan la vigilancia y la acción armada en la accidentada geografía colombiana.

En la tabla adjunta, se muestra en resumen el componente militar de los Estados Suramericanos que más protagonismo han tenido en el contexto de la seguridad hemisférica.

La tabla anterior indica que si bien el gasto militar en la región tiene una importante participación en el PIB, los niveles y capacidades de los Estados tienden a ser muy parecidos entre sí, salvo el caso de Brasil que presenta superioridades considerables pero no insalvables frente a los demás Estados. Un asunto diferente de este escenario es la cuestión de la tecnificación y obsolescencia de esos equipamientos y armamentos, lo cual sí constituiría un factor diferencial de las capacidades de maniobra de los ejércitos, pero ello no es materia de estudio del presente artículo.

Lo que por el contrario sí atañe analizar, es la vocación de los Estados latinoamericanos de cara a la seguridad hemisférica. Y frente a la llamada “ carrera armamentista” que se ha presentado se puede decir que no hay tal por cuanto:

1. No representa aún, un factor de preocupación y desequilibrio en el hemisferio, en tanto que las fuerzas tienden a ser equiparables homogeneizando las capacidades regionales.

2. La tendencia mundial desde 1999 ha sido de incremento de los gastos en defensa, y lo normal es que América Latina la asimile también.3

3. La mayoría del gasto militar que se realiza en la región responde a mantenimiento y gastos operacionales de los cuerpos castrenses, antes que a una modernización o tecnificación desmedida.

4. La razón del incremento en los gastos militares tiene también explicación en las coyunturas o conflictos presentados al interior del Estado como es el caso colombiano.

Adicionalmente, mientras el adjetivo “ nuclear” no esté presente en los planes de seguridad de estos países, los mismos no tendrán la atención exclusiva del Consejo de Seguridad de la Organización de Naciones Unidas (ONU), lo cual sustrae a la región parcialmente del panorama de las cavilaciones más delicadas hoy en materia de seguridad internacional, como pueden ser Corea del Norte, Irán, e Israel dentro del marco del confl icto con el pueblo palestino.

No obstante, y adicional a los procesos de gasto militar, otro de los componentes que aumenta la complejidad del contexto de seguridad en Latinoamérica es el de los acuerdos militares, y su tendencia a confundirlos con alianzas en el más estricto sentido.

Acuerdos militares y desestabilización hemisférica

Históricamente las alianzas entre los Estados latinoamericanos no han gozado de mayor respaldo, ni continuidad que permita identifi car un bloque de reacción política en seguridad y defensa propio y claro en un momento dado. Desde casos como el del Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca (TIAR) que fracasó al momento de ser invocado por Argentina dentro del marco de la Guerra de las Malvinas en 1982, y que no goza de la credibilidad de los Estados; pasando por la iniciativa del Consejo de Defensa Suramericano de la Unión de Naciones Suramericanas (UNASUR), hasta la Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América (ALBA) que se propuso establecer una alianza militar contra los Estados Unidos. Todos han terminado o proyectan al menos un fracaso en materia de seguridad, lo que puede estar determinado por las siguientes variables:

De tal manera, se cuenta con un panorama histórico que no ha dado bases sólidas para una plataforma contemporánea de alianzas entre Estados latinoamericanos. De hecho, y precisamente gracias al legado histórico de las dependencias en materia de seguridad de América Latina, hay algunos casos en donde esas dinámicas se efectúan con las grandes potencias militares de hoy. Tal puede ser el caso de Colombia, Brasil y Venezuela.

Colombia

Este caso ha estado sujeto a una mediática y polémica serie de cuestionamientos instigados por la desconfianza venezolana, y suramericana en general hacia su vecino y par, especialmente en el último período de Gobierno del ex presidente Uribe. El acuerdo de cooperación en materia de defensa entre Colombia y Estados Unidos, se ha proyectado oficialmente como una extensión del Plan Colombia que inició en 1999, cuyo propósito es acabar con el narcotráfico y la plataforma de violencia y terrorismo sobre la cual se ha sustentado4.

Si bien es cierto que el Congreso de la República por orden de la Corte Constitucional debe evaluar el caso y estudiarlo bajo la figura de un nuevo tratado internacional, el acuerdo de cooperación no estipula la implementación de bases norteamericanas, no aumenta el número de personal militar estadounidense pactado desde el año 2004 (hasta 800 militares5), y por último, solo permite el acceso a bases militares colombianas para adelantar trabajos relacionados con la lucha contra el terrorismo y el narcotráfico. Ello, por supuesto maneja a través de conceptos que merecen estudios más detallados, unas entretelas delicadas en materia de imprecisiones semánticas, libertades y controles a los efectivos estadounidenses en suelo colombiano.

Sin embargo, es indudable que el acuerdo ha sido objeto de una ingente desaprobación e impopularidad en el escenario regional que tiende a generar un clima de desestabilización, que a su vez dio origen a las repetidas crisis diplomáticas con Venezuela en 2009, y a la compra de este país de importantes cantidades de armamento ruso. Colombia tuvo que aclarar más de una vez la intención y las razones oficiales que motivaron la fi rma del acuerdo, sin que ello llegara a ser un instrumento realmente convincente para los Estados latinoamericanos que convergieron en la cumbre de la UNASUR en Bariloche en agosto de 2009, y en donde por el contrario quedó un mal sabor de presencia militar norteamericana en América Latina, cuya sensación venía manifestándose a través de hechos como la reactivación del Comando Sur del ejército estadounidense en 2008.

Pero en un análisis más detenido de la historia de cooperación en materia de seguridad y defensa entre Colombia y Estados Unidos, se podría asegurar que los acercamientos no son realmente recientes, y datan de más de 40 años en los que se han firmado y ejecutado convenios como “El Acuerdo de Asistencia M utua de Defensa de 1952, el Acuerdo General de Asistencia Económica, Técnica y Similares de 1962 y acuerdos subsiguientes relacionados de 1974, 2000 y 2004” 6. Todo lo cual señala que, al menos en el caso colombiano, el panorama de desestabilización -si es que la hay- lo generó la desconfianza del entorno inmediato exacerbada por los medios de comunicación y avivada por las antipatías políticas de los presidentes Uribe y Chávez ayudaron a tergiversar la verdadera vocación de la seguridad colombiana proyectada al interior de sus fronteras y con objetivos que responden al fin del narcotráfico, las guerrillas y los grupos al margen de la ley.

Tan es así, que los recientes acercamientos y restablecimiento de las relaciones diplomáticas entre Caracas y Bogotá desde el mes de agosto de este año han obedecido precisamente al cambio de Gobierno en Colombia, y por ello se ha morigerado el antiguo recelo y desconfianza venezolanas para ser reemplazados por una serie de acuerdos de cooperación en materia energética, de infraestructura e industrial.

Brasil

Para sorpresa de muchos y después de más de tres décadas de no hablar del asunto, en abril de 2010 Brasil firmó con Estados Unidos un acuerdo militar de 30 años que de manera general busca estrechar lazos de cooperación y mejorar la comunicación entre las diferentes Fuerzas Armadas. Se diferencia del suscrito por Colombia por cuanto no hay acceso a las bases brasileñas, no hay presencia permanente de personal militar y de hecho, porque no hay un conflicto de las dimensiones ni características del colombiano en Brasil.

No obstante, y a pesar de los detractores de la presencia de Estados Unidos en Latinoamérica, y de las divergencias políticas de los dos países en temas como el de Cuba, Honduras o Irán; Brasil selló el convenio con la compra de armamento a ese país y con el compromiso mutuo de establecer complejos industriales militares que ayudarían a promover el desarrollo de las plataformas productivas que genera el Estado suramericano en materia de seguridad y defensa.7

Más que desestabilización, lo que tal vez generó este acuerdo fue un gran desconcierto regional, que dejó sin argumentos a sus actores para seguir proscribiendo la acción colombiana en el mismo sentido.

Venezuela

Casi al mismo tiempo que Colombia suscribía su acuerdo con Estados Unidos, Venezuela hacía lo propio con Rusia cuando en septiembre de 2009 se fi rmaron 10 acuerdos de cooperación8 técnica, militar y energética que se evidenciaron en la compra de USD $5.000 millones en armamento ruso (que contemplaba los 24 aviones caza Sokhoi SU - 30, los 50 helicópteros de combate, 100.000 fusiles Ak - 47), y en las maniobras militares conjuntas que se venían realizando desde noviembre de 2008, so pretexto de entrenar a las Fuerzas Militares ante una eventual invasión de potenciales enemigos externos a través de países vecinos.

Es de anotar que la vocación venezolana en sus dinámicas de seguridad y defensa es tal vez la que mayor componente desestabilizador podría tener eventualmente, ya que las mismas se ejecutan sobre presupuestos e hipótesis de política internacional y regional de amenaza, invasión y guerra en potencia.

Colombia suscribió acuerdos pensando en su interés de combatir el narcotráfi co y Brasil en su intención de ampliar las plataformas productivas y capacidades militares disuasivas.

La vocación venezolana es ciertamente diferente y la naturaleza de la misma ha sido ampliamente difundida por el presidente Hugo Chávez9; y si bien a día de hoy y tras el cambio de Gobierno en Colombia el presidente de Venezuela ha afirmado que cada Estado es libre de asociarse con quien quiera en ejercicio de su soberanía a propósito del acuerdo entre Colombia y Estados Unidos, lo cierto es que la constante venezolana ha sido precisamente la de la incertidumbre de cara a sus relaciones con la región, y ello podría ser eventualmente el factor de mayor desestabilización en el entorno, antes que los acuerdos y alianzas en sí mismos.

Cabe sin embargo resaltar aquí, que lo que se presenta en Latinoamérica en cuanto a su relación en seguridad con otras potencias, dista de ser un marco de alianzas militares. En palabras de Arnold Wolfers, las alianzas son una promesa mutua de asistencia militar10 que además se establecen bajo ciertas circunstancias previamente definidas, y en función de su interés nacional. En Latinoamérica, los acuerdos de cooperación militar con Rusia o Estados Unidos no han tenido ese componente de asistencia para emprender o evitar acciones militares, y por tanto no se podría hablar verdaderamente de alianzas funcionales en latinoamérica, cuyo alcance más visible está dado en la asociación estratégica de algunos Estados a la OTAN sin que lleguen a hacer miembros de la Alianza Atlántica.

Por otra parte, los Estados latinoamericanos se han descartado unos a otros constantemente como potenciales socios militares, o como partes de una política propia de seguridad, lo cual se aúna y se explica a la vez en los resquemores históricos, la dificultad continental para hallar consensos en materia de seguridad, las desconfianzas, suspicacias y elucubraciones sobre carrera armamentista, y el actual clima de divergencias en las proyecciones políticas de los actores que componen una región, que si bien no está realmente desestabilizada, sí podría encontrarse errática en la búsqueda de una serie de preceptos que la reúnan en torno a un concepto realizable y maduro de seguridad para su entorno, sin que caiga en el discurso de las provocaciones, las ideologías tradicionales de la Guerra Fría o las pretensiones expansionistas(en caso de haberlas).

Plataformas políticas regionales para preservar la paz y la seguridad

A todo lo anterior, hay que sumar el hecho cada vez más notable de la crisis en las instituciones de regulación política regional en América Latina. La OEA especialmente ha gozado de una deslegitimación subrepticia y creciente por parte de los Estados que la componen, y esa percepción se ha hecho extensiva a los demás actores del sistema. Algunos de los recientes acontecimientos políticos en la región, han servido para demostrar que su incapacidad para sortear los conflictos y coyunturas presentadas ha ido en aumento.

El caso de Honduras fue especial, porque la supuesta presión y desaprobación política ejercida por la OEA, a través de la activación del mecanismo de expulsión creado en Washington en 1992, no fue contundente, no produjo impacto real y no pudo evitar un desarrollo propio de la situación que terminó en un Gobierno interino de más de seis meses, una polarización de la opinión pública, una constancia documentada de violación a los Derechos Humanos por parte de las Fuerzas Militares del Gobierno interino de Micheletti; y unas elecciones que Estados Unidos reconoció rápidamente para -según algunos analistas- estabilizar el escenario y salvar responsabilidades tras haberse negado tácitamente a imponerse para restablecer al derrocado Manuel Zelaya en el poder.

El caso de Colombia y Venezuela en agosto de 2010 que también fue un suceso que dejó en evidencia la creciente incapacidad de la institución. Nada ha sucedido realmente desde las denuncias hechas por Colombia sobre el presunto abrigo que da Venezuela a importantes dirigentes de las Farc en su territorio. Ni comisiones regionales, ni investigaciones en las coordenadas señaladas, ni pronunciamientos. Un silencio que no obstante les deja un mensaje importante a quienes integran esta organización, y es que, como institución, la OEA está perdiendo la capacidad de propender por reglas o parámetros de acción política mancomunada en los Estados que la componen, es decir, la institución está dejando de ser tal.

Y es que el paulatino y creciente estancamiento de la OEA está dado entre otras cosas por:

De este modo, se asiste a un escenario en el cual la institución como mecanismo regulatorio de acción política se encuentra falto de capacidades de maniobra, ejecución y presión sobre sus Estados parte.

Ahora bien, la otra cara de la debilidad institucional de la región que impide la formación de paradigmas claros en seguridad hemisférica son precisamente todos los foros y mecanismos de diálogo que aún no llegan a ser instituciones en el sentido estricto.

Estas organizaciones o foros, son hasta ahora embrionarias intenciones de concretar escenarios propios de regulación, y de acción común sobre una serie de valores y preceptos que aún no están claros y que no representan todavía un instrumento válido para la defensa de los intereses de los Estados de cara a sus pares en la región y en el concierto mundial.

Es el caso precisamente de la UNASUR, quien fuera de proyectarse como una nueva plataforma política regional, no tiene una composición administrativa sólida que permita adelantar, y controlar la gestión de iniciativas comunes12. Tampoco se sustenta en un patrimonio jurídico que comprometa a los Estados, y su Consejo de Defensa Suramericano se propone como un epicentro de análisis e investigación sobre la seguridad antes que como un ejecutor de proyectos y directrices regionales en este ámbito. El hecho de no ser instituciones, y tener la intención de fungir como tales, es lo que impide pues la forja de un concepto y una idea propia de la seguridad hemisférica en la actualidad.

A ello se suma también el hecho de que esos nuevos protagonistas tampoco han sido capaces de sortear los desafíos que sugiere la seguridad en variables alternas a la militar. Es decir, en la solución a problemáticas de índole social, cultural, o económica. América Latina no tiene ni genera reales instrumentos propios y modernos para hacer frente a las necesidades sociales y políticas que refuerzan aspectos como la pobreza, el cambio climático, las migraciones internacionales, la corrupción o las carencias en la calidad de la educación. Todos estos factores son a la postre aspectos que atañen los panoramas de seguridad hemisférica por cuanto implican un fallo estructural en lo que se entiende como seguridad humana; es decir, todo el compendio de oportunidades para desarrollar el potencial humano con dignidad, libre de amenazas, coerciones y riesgos a la vida y la integridad.13

¿Entonces dónde podría estar el reto y la vocación de la seguridad hemisférica?

Como se ha visto someramente, se podría aseverar que en Latinoamérica:

1. No hay carrera armamentista.

2. No hay realmente desestabilización regional a partir de los acuerdos y alianzas.

3. La institucionalidad vigente y los intentos de institucionalidad contemporáneos son incapaces de generar para la región un compromiso y una directriz clara en materia de seguridad a través de los Estados.

Entonces, ¿En dónde reside el reto para generar un real compromiso y vocación regional en materia de seguridad hemisférica?

El presente artículo abordó esa pregunta, y se atrevió a responderla sobre la base de argumentos sencillos.

El reto de la seguridad hemisférica estriba en la generación de condiciones favorables de seguridad humana por los siguientes motivos:

Conclusiones

La carrera armamentista de la que se ha venido hablando en Latinoamérica puede dejar de ser concebida como tal a la luz de los argumentos expuestos previamente. Los Estados de la región se encuentran inmersos en procesos de sostenimiento y modernización de ciertos aprestos militares y sus capacidades son relativamente homogéneas lo cual en palabras de Toro Hardy, elimina la expectativa de prevalecer militarmente ante un eventual confl icto armado y en virtud de ello van a evitar desarrollar cualquier escenario bélico.14

De la misma manera, los posibles escenarios de desestabilización regional no han obedecido realmente a las dinámicas de cooperación en seguridad desarrolladas entre Estados latinoamericanos y potencias militares de mayor envergadura como Estados Unidos o Rusia. Por el contrario, los panoramas de contrariedades y tensiones políticas estuvieron marcados por variables como los recelos, las antipatías personales y la diplomacia de micrófono especialmente en el caso Uribe - Chávez15 en el cual las grandes afectadas fueron las Naciones venezolana y colombiana gracias al rompimiento de relaciones diplomáticas que se prolongaría hasta el fi n del período presidencial de álvaro Uribe.

Por otra parte, el régimen de seguridad en la región y su institucionalidad en cabeza de la OEA se han mostrado cada vez más debilitados por la falta de reacción y capacidad de articulación de cara a los puntos de inflexión y coyunturas de seguridad regional presentadas en los últimos cinco años. Las crisis diplomáticas entre Venezuela y Colombia, el golpe de Estado a Honduras, las crisis políticas en Ecuador hasta 2006, los grupos criminales trasnacionales organizados como las Maras Salvatruchas, y el terremoto de Haití, son solo algunos de los más recientes acontecimientos y fenómenos que han desbordado inexorablemente las capacidades de maniobra de estas instituciones, así como sus esfuerzos.

Ello ha denotado también las falencias para hacer frente a las problemáticas sociales y económicas que tienen incidencia en los panoramas de seguridad humana y por ende en la seguridad hemisférica. Las verdaderas amenazas y desafíos pendientes en la seguridad latinoamericana se encuentran en el hambre producto de la inseguridad alimentaria16, en el cambio climático que es uno de los principales motores de la misma y de fenómenos como las migraciones internacionales17, en la corrupción política18, en el narcotráfico, y en la impunidad principalmente.

Y si América Latina tal vez ha sido errática e inconstante en la búsqueda de consensos de diferente naturaleza, un escenario en el que todos sus actores podrían confluir sin dar lugar a equívocos como los de hoy en día, es precisamente el trabajar en pos de la seguridad humana como estrategia integral de seguridad hemisférica.

Para ello los Estados latinoamericanos deberán sortear una cantidad importante de tareas y modificaciones que hagan más eficiente el funcionamiento institucional de sus Gobiernos y dentro de ello la vocación y los objetivos de los cuerpos militares como instrumentos garantes de esa seguridad humana manifiesta en el bienestar de los pueblos a los que defienden y protegen.


1 Ver: Drezner, Daniel. (2010) “Night of the Living Wonks”. Foreign Policy, (180). Pp 34-38.
2 De ahí que la naturaleza y las características de las armas, aviones y transportes estén dados para tal fin.
3 Con el agravante de que Latinoamérica además contaba con aparatos militares obsoletos, y gastos en defensa por debajo de la media mundial.
4 Preston. (2004), P. 47
5 Dicho sea de paso que el número de militares estadounidenses de tránsito o permanentes que hay en Colombia no tiene punto de comparación con los más de 28.000 soldados que mantiene Estados Unidos en Corea del Sur o los 40.000 que se enviaron a Afganistán, o los 300.000 que estuvieron en Alemania hasta 1991.
6 Ver: Estados Unidos de América. Acuerdo de Cooperación en Materia de Defensa entre Estados Unidos y Colombia. (agosto de 2009). En: http://www. america.gov/st/peacesec-spanish/2009/August/20090819121615emff en0.3819086.html. Consultado agosto 14 de 2010.
7 Hay que recordar que Brasil tiene una creciente industria de construcción y ensamblaje de aviones tipo Embraer, que de hecho han sido adquiridos por Colombia para misiones militares.
8 Que a diferencia de los suscritos por Colombia, fueron confidenciales y no fueron expuestos en la palestra pública de la UNASUR ni la OEA.
9 En varias alocuciones de su programa dominical “Aló Presidente”, Hugo Chávez ha mencionado reiteradamente su intención de hacer frente a cualquier tentativa geopolítica militar por parte de Estados Unidos partiendo de la hipótesis de una guerra subsidiaria a través de Colombia. Ello evidentemente a partir de suposiciones y postulados que podrían catalogarse de imprecisos y carentes de fundamento.
10 Snyder, Glenn H. (1991). “ Alliances, Balance and Stability”. International Organization, 45(1). Pp 121 - 142.
11 O la recién creada Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELC) que se propone como una evolución de la institucionalidad regional que integre en un solo cuerpo al Grupo de Río y a la Cumbre de América Latina y el Caribe sobre Integración y Desarrollo CALC.
12 Eso se debe además a que el Tratado de Brasilia aún no ha entrando en vigor por cuanto varios de los Estados firnantes no ha ratificado la carta, entre ellos el propio Brasil.
13 Obregón. (2003), p.4
14 Toro Hardy. (2002), p 51.
15 Molano. (2010). En: http://www.razonpublica.com/index.php?option= com_content&view=article&id=1229:radiografi a-deldesencuentro&catid=19:politica-y-Gobierno-&Itemid=27.
16 Hernandez S. (1983). Ver También. FAO 2010. En: http://www.rlc.fao.org/es/prioridades/seguridad/panorama10.htm
17 Comisión Mundial Sobre las Migraciones Internacionales. Pp 34 - 45.
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